Hace pocos días, las 21 chivas turísticas de Cartagena hicieron un recorrido de protesta que salió del Muelle de La Bodeguita, tomó la calle de la Media Luna y acabó al lado del Castillo de San Felipe.
Los 13 propietarios de estos vehículos están agremiados en Asochivas. El motivo de la protesta, que fue pacífica y no causó traumatismos, es, según uno de los entrevistados, “la socialización que se adelanta en el Congreso Nacional para la reforma del Decreto 174 de 2001, pues advierten que no los incluiría”.
Benjamín Vélez, presidente del gremio, le dijo a la periodista de El Universal que “En ninguna parte hablan de nosotros, a pesar de que durante 30 años el Ministerio de Transporte nos adoptó como servicio especial”.
El motivo de las suspicacias de los chiveros es que creen que en el Congreso se urde una trama en contra de ellos y a favor de los buses turísticos modernos de dos pisos, los “doubledeckers”, originales de Inglaterra y típicos de su capital, Londres, aunque hay distintos estilos difundidos por el mundo turístico.
En palabras de un agremiado, “Están mostrando unos buses rojos de turismo que serían los que reemplazarían cada chiva que sale de la ciudad, ese es el gran negocio, sacar las chivas para que otros capitalistas se tomen lo que es de un pueblo”.
Lo anterior expresa una de las carencias de Cartagena: la gente de fuera llega a la ciudad y tiene la capacidad de descubrir posibilidades de negocios donde los locales parecemos ciegos. Pocos de los nuevos negocios son de la gente de aquí. Tratar de remediar eso debería ser la labor del Distrito, no mediante la discriminación contra los inversionistas foráneos, que siempre deben ser bienvenidos, sino volviendo nuestra educación pública y privada mucho más pertinente y enfatizando en el empresarismo.
Las chivas son unos vehículos tradicionales que probablemente tendrán una demanda saludable durante muchos años más, pero tienen que pulir su rutina, porque no pueden pretender sus operadores andar por la ciudad con música amplificada a todo volumen, pasando por barrios residenciales sin importarles un bledo la disrupción que le causen a los ciudadanos que quisieran descansar.
Por otro lado, un turista usará las chivas a lo sumo una vez durante su estadía y luego querrá pasear de día por los monumentos históricos en el bus de dos pisos, oyendo las explicaciones del guía o del “audioguía” sin tener que soportar el estruendo de un tambor o de un conjunto cuando quiere concentrarse en entender y recordar lo que ve.
Los clientes de las chivas tienden a ser más jóvenes, mientras los de los buses modernos seguramente tendrán más gente mayor y más niños, todos en plan de conocer la ciudad más a fondo.
Hay clientela para ambos tipos de buses y de recorridos, y los dos son parte de la segmentación del turismo moderno.