La religión siempre ha sido causa de guerras, conflictos, matanzas o persecuciones, y la religión católica, orientada y defendida desde el Vaticano también cometió inexcusables desafueros en nombre de la fe, a través de la infame Santa Inquisición, por los cuales el papa Juan Pablo II pidió perdón públicamente al mundo en 2004.
Pero no hay duda que los mayores actos de agresión por intolerancia religiosa han provenido de los sectores más fundamentalistas del islamismo, en contravía a la esencia de un credo que pregona la paz, la concordia y el amor humano solidario.
Uno de los actos considerados más ofensivos por los musulmanes es la burla o la ridiculización de Mahoma, su fundador, máximo profeta y depositario del mensaje de Alá para los hombres. Contra el escritor Salman Rushdie, el ayatolá iraní Ruholah Jomeini lanzó una condena a muerte por haber irrespetado a Mahoma en el libro “Versos satánicos”.
Unas caricaturas satíricas de Mahoma publicadas por el diario danés Jyllands-Posten en 2005, provocaron el asalto a las embajadas danesas en el mundo islámico.
Esta vez el radicalismo islámico ha vuelto a cometer ataques a embajadas y símbolos norteamericanos y occidentales en Libia y Egipto, que se extendieron pronto a más de 20 países y que comenzaron a raíz de un video publicado en YouTube, anunciado como el trailer de una película en la que no se sólo se hace burla, sino que se denigra gravemente la figura de Mahoma, con el sello inconfundible de esa provocadora ideología ultraconservadora que sigue medrando en los Estados Unidos.
Pero si la provocación y el insulto a lo más sagrado de los musulmanes son injustificables, la respuesta violenta lo es absolutamente más, especialmente por la muerte de muchas personas, incluido el embajador estadounidense en Libia.
Las consecuencias inmediatas la desviación de los principios democráticos que persigue con energía y nobleza la llamada “primavera árabe”, hacia un islamismo militante y extremo que ha vuelto ahora a desafiar a Estados Unidos y a Occidente, poniendo en riesgo la frescura libertaria de los aún débiles gobiernos surgidos de los levantamientos populares.
La difusión del video provocador en época de campaña presidencial en EE.UU. ya es sospechosa. Más aún lo es el supuesto autor del video, un cristiano copto de California a quien las autoridades de Estados Unidos interrogaron no por el filme mismo, amparado por el principio de la libertad de expresión que la primera enmienda de la Constitución protege sin condicionamientos, sino porque violó su libertad condicional por delitos de suplantación y estafa.
La situación en Egipto, el principal aliado estadounidense durante años en la zona y donde Obama intenta mantener la cordialidad de las relaciones en un plano de estrecha colaboración, es preocupante, porque lo que allí ocurra determina la continuidad o no de la democratización del mundo árabe, lo único que podría asegurar la estabilidad en la región.
Los árabes tendrán que escoger entre el modelo turco de una versión moderna y democrática del Islam o el fundamentalismo intolerante y agresivo hecho política de Estado en Irán.
Y por supuesto, el mundo entero espera inquieto, porque deberá sufrir los efectos de esta escogencia.