Por esas fechas, la inocencia generalizada en sus compañeros de infancia había desaparecido de un plumazo. Mientras se burlaba del glugluteo del pavo decembrino, atisbó a la mamá llevando sigilosamente unos bultos al cuarto de san alejo.
La curiosidad pudo más que el sueño y esa noche descubrió unos patines y el carro de madera que dos días después yacerían bajo el árbol navideño, perfectamente envueltos en papel regalo, precedidos por el pomposo anuncio de “llegó el Niño Dios”.
Desaparecieron esas emocionantes noches creyendo a pie juntillas que el Niño Dios traía los regalos y cuando no cuestionaba porque Papá Noel o Santa Claus lo usurpaban allende las fronteras. Así empezó una vida de descreimiento navideño que se agigantó con dolorosas pérdidas familiares, desgarradoras injusticias y el comprobar que a algunos niños el Niño Dios los olvidaba por el único pecado de ser pobres, un imperdonable arribismo celestial.
Con los años aquella inocencia navideña quedo sepultada bajo la duda metódica y la incredulidad científica que exigía un número, una evidencia contundente. Aprendió a disfrutar de las navidades en su jolgorio de regalos. Gozó con las reuniones bajo los efluvios del alcohol y las jugosas viandas. Se deleitó con la modorra que se apoderaba del mundo cada año. Aprendió a ejercer de Niño Dios hasta que la vida destruyó la inocencia de sus hijos.
El mundo entero no sabía si los videos que registraban experiencias eran vividas o fingidas. Por estar ocupados en viralizarlo todo para que fuera visto por otros y entonces, y solo entonces, existían; de sus mentes desaparecieron experiencias, recuerdos y sentimientos. Lo peor vino cuando sintieron el vacío absoluto, la negación del todo, la muerte en vida al descubrir en internet imágenes que creyeron suyas y aceptaron su defunción o dudaron de su vida pensando que hace mucho ya no vivían, desde que hackearon sus cuentas o desaparecieron de Tiktok. Con las resultas que en contravía quienes existían eran los otros, quien escribió en el grupo, quién robó el video y el que lo subió a la red.
El mismo incrédulo, ¡Oh paradoja¡, al dudar de la evidencia bíblica considerándola manipulada, encontró al Jesús histórico en las Antigüedades judías de Flavio Josefo, en los Anales de Tácito y en la inscripción del Osario de Jacobo; pero el Niño Dios vivo se le apareció en ejemplos como Mandela, y su verdadero nacimiento y sus regalos los ha visto en tantos creyentes que trascienden sus vividas tragedias con la certeza que él carece y que nunca tendrá.
Entre tanto, espera que tras las próximas elecciones todo mejore, pues cree que de seguir como vamos, en la próxima Navidad ni el Niño Dios viene.

