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Columna

La obsesión por hacer política

“Hay mucha política, pero su nivel es subterráneo. Con lo que, realmente, no hay política, hay politiquería...”.

Alfredo Ramírez Nárdiz

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Hoy en día todo el mundo quiere hacer política. Los estudiantes no acuden a la universidad, porque dedican sus horas docentes a hacer política en forma de huelgas y activismo. Los profesores aprovechan sus clases para defender sus ideas políticas personales. Los periodistas se sirven de las tribunas públicas de las que disponen para promover las opciones políticas que consideran más convenientes. Por supuesto, los políticos entregan todo su tiempo a politiquear, que no es ni mucho menos lo mismo que gestionar la cosa pública de la mejor manera posible, lo cual debería ser su verdadero y único trabajo. ¡Todo el mundo hace política! Uno se sube a un taxi y el taxista le suelta un mitin que ni Gaitán en sus buenos tiempos. Va caminando por la calle y la asaltan simpáticos individuos que quieren convencerle a uno de esto o de aquello, dándole un panfleto y aprovechando la ocasión para solicitarle una ayuda económica para la causa.

No hay quien no haga política. Los hijos con los padres. Los padres con los hijos. Los compañeros de trabajo unos con otros. Los jefes con los empleados. Los empleados con los clientes. Y los clientes entre ellos sin orden ni concierto. Es agotador. Especialmente, porque como todo el mundo se dedica a hacer política y nadie a aprender cosas, la mayoría no sabe lo que dice y de su boca sólo salen absurdos carentes de todo sentido. Greta Thunberg antes defendía el medio ambiente, ahora Palestina, mañana Dios sabe. ¿Pero cuándo ha estudiado algo esa muchacha? Algo, lo que sea. Quizá es un defecto mío, pero siempre he considerado que, para defender unas ideas, primero hay que tenerlas y para tenerlas antes hay que estudiarlas. ¿Cómo voy a defender la revolución si no tengo ni idea de lo que es la revolución? Sin embargo, todos hacen política y no sé cuántos se han tomado la molestia de leer previamente un libro sobre política, un artículo, una columna de diario.

La consecuencia es obvia. Hay mucha política, pero su nivel es subterráneo. Con lo que, realmente, no hay política, hay politiquería. El fruto bastardo de la voluntad unida a la incapacidad. Todos quieren opinar sin haber aprendido antes nada sobre aquello de lo que opinan. El resultado es un diálogo de besugos. Una orgía de tonterías. Una avalancha de estupideces. Y yo en medio. Y ustedes en medio. Y todos en medio rogando a Dios, cada día con más ansia, que venga ya, que el meteorito que nos mande a todos al otro mundo venga ya, por favor.

*Universidad Autónoma de Barcelona.

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