Todos conocemos a ese personaje que se pasea, saluda y posa con un carrito lleno en el supermercado y sale sin comprar nada. También al que entra a un concesionario, se sube a los carros y pregunta precios, mientras tiene la cuenta en ceros. Acá en la Costa, especialmente en Barranquilla, a ese espécimen lo llaman ‘espantajopo’, aquel que presume hasta lo que no tiene. Otra versión de este tipo es el ‘metemono’, que prefiere impresionar con cualquier cachivache llamativo y compra imitaciones para no quedarse sin comer; ambos son primos hermanos en la fanfarronería, con distintas tácticas, pero con la misma falta de sustancia.
El problema es que ese comportamiento no se quedó en los pasillos del supermercado ni en las vitrinas de los concesionarios. Evolucionó, se digitalizó. Hoy al ‘espantajopo’ le basta un celular con internet. Se convirtieron en criaturas perfectamente adaptadas al ecosistema de las redes sociales, donde la apariencia vale más que el contenido, y la labia suplanta al conocimiento.
En ese escenario florece una legión de pseudoexpertos que, porque hablan bonito, se sienten autorizados para opinar de cualquier tema, pues hay gurús de dietas, analistas políticos, coaches espirituales. Todos con cero credenciales reales, pero con un montón de seguidores.
La responsabilidad de filtrar es nuestra. Deberíamos verificar si el consejero de internet tiene un título o al menos la seriedad suficiente, pero ese filtro pocos lo hacen. En la práctica, un video bien editado y un discurso seguro bastan para coronar a un nuevo sabio. Nos dejamos impresionar por el carrito lleno de palabrería y no notamos que sale vacío de contenido. Así, cualquier ‘metemono’ digital convence a miles de que es un todólogo infalible.
Cualquiera puede opinar de lo que ha vivido, pero una cosa es comentar el partido de fútbol y otra creerse cardiólogo, sin serlo. En redes sobran quienes pontifican de política, recetan dietas milagrosas contra el cáncer, aconsejan brebajes ‘cura-todo’ como si los años de estudio no fueran necesarios. Las redes han magnificado el engaño, es facilísimo hacerse pasar por experto y amplificar la mentira a gran escala.
La fama virtual tiene su trampa. A punta de likes, el ‘espantajopo’ digital se crece. Sus seguidores lo idolatran hasta que él se cree un mesías. Es la seducción del seguimiento, pasa de charlatán carismático a guía autoproclamado en lo humano y lo divino. Con tantos aplausos en pantalla, termina convencido de que tiene derecho a opinar de cualquier tema como si un millón de seguidores equivaliera a un doctorado. El resultado es un ecosistema ruidoso, lleno de gurús exprés compitiendo por nuestra atención. La tarea de separar la paja del trigo sigue recayendo en el público, porque al final, entre ‘espantajopos’ y ‘metemonos’, terminan llenando el mundo de humo y dejando a muchos creyendo que el ruido es conocimiento y la pose, verdad.
*Abogado.

