En diciembre de 1968 el crítico cartagenero Alberto Sierra Velásquez comentó ‘La Batalla de Argel’ (1966), de Gillo Pontecorvo, quien filmaba ‘Quemada’ (1970) en Cartagena. Sierra relaciona opiniones de grandes cineastas franceses como: el director Jacques Doniol-Valcroze, uno de los fundadores de la publicación ‘Cahiers du Cinéma’, el aclamado director Francois Truffaut y el guionista y director Pierre Kast; también expone ciertos interrogantes que Albert Camus hizo sobre la guerra. Más que opinión, Sierra explica la importancia de la película y su enfoque de emancipación acorde con lo que ocurría en la década:
“En el mundo de hoy se oyen gritos de los pueblos pidiendo la paz. Los gobernantes conocen la magnitud de esos gritos. Por eso se confunden las declaraciones pacifistas de los gobernantes que desean la guerra y las de aquellos que tratan de evitarla. Pero quien siempre pierde es el hombre del pueblo. Y cuando uno de ellos es el caso de Alí Le Pointe, el protagonista del film de Pontecorvo toma por su cuenta y en forma concreta la liberación, el cambio radical, se comprende que el cambio tenía que producirse no por la acumulación de injusticias, sino por un grado de conciencia tomado por las gentes que la padecen. ‘La Batalla de Argel’ es un documento de gran interés político e histórico. Esta sorprendente película es un testimonio trastornador sobre la guerra de Argelia. Ciertos momentos de la sociedad tienen necesidad de testimonios objetivos como el film de Pontecorvo, y es tan importante como lo fue importante en el momento de la guerra española escribir un libro como ‘La Esperanza’, de Malraux.
Es un film de tal manera único, que dudo de calificarlo con adjetivos. ¿Sublime?, sí, pero... ¿puede decirse tal cosa de una descripción del horror y la ignominia?, ¿mesurado?, ¿cómo saberlo cuando se trata de miles de víctimas?, ¿sobrio?, pero, ¿cómo levantarse sobriamente contra el terrorismo, las torturas, los atentados?
Poco importan los adjetivos: el film está ahí como un gran grito y aunque nos tapáramos los oídos, oiríamos aún el silbido de la liberación y la dolorosa queja de los torturados, de los dinamitados, de los encarnecidos” (Diario de la Costa, 1 de diciembre 1968).
Sierra resalta el enfoque crítico de Pontecorvo y su compromiso político con los más desfavorecidos de la historia, donde la necesidad y el azar configuran las situaciones más insospechadas. Personajes opuestos al mito del gran hombre que doma su destino y que se emancipan a sabiendas de que van a perder.
Cuando el fuego invade a la isla azucarera de la película ‘Quemada’, el líder negro José Dolores le comenta a uno de sus soldados: “Es natural que el fuego lo destruya todo. Siempre queda un poquito de vida. Uno de nosotros quedará. Naceremos más tarde”.
