Repetimos muchas veces en la novena, desde el fondo del corazón: “Dulce Jesús mío, mi niño adorado, ven a nuestras almas, ven no tardes tanto”. Mientras se celebraba la novena, una mamá, les preguntó a los niños qué le iban a regalar al Niño Dios, y uno respondió hermosamente que tres cosas: las gracias, el corazón y el alma. Me encantó esa respuesta tan espontánea y sabia, que me dejó con ganas de invitarlos a regalarle lo mismo.
Gracias, mil y mil gracias, Jesús, por venir y compartir nuestra humanidad: engendrado en el vientre de tu madre, María, naciendo en medio de nosotros para rescatarnos, salvarnos, redimirnos y llevarnos a participar contigo de la gloria eterna. “Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa Dios con nosotros”.
Sabías que estábamos tan perdidos en medio del pecado que no íbamos a comprender tu mensaje y que íbamos a pagarte con la muerte en la cruz; sin embargo, nos entregaste todo tu ser con tal de que tuviéramos la posibilidad de compartir contigo la eternidad, si nos dejamos cautivar y transformar por tu infinito amor.
Te entregamos nuestros corazones y nuestras almas tal y como están: con alegrías y tristezas, con retos, propósitos y dificultades. Gracias por recibir no solo lo que hacemos bien, sino también nuestro pecado: lo que nos oprime y esclaviza, nuestros errores, nuestras faltas, nuestras preocupaciones y cansancios. Y volvemos a suplicarte con la novena: “Sácanos, oh, Niño, con tu blanca mano, de la cárcel triste que labró el pecado”. Tú nos liberas y nos regalas tu gracia, tu Espíritu Santo y tu paz en el corazón y en el alma; y le das un sentido profundo a nuestra existencia.
Enséñanos a hacer un buen examen de conciencia para entregarte todo lo que necesita ser reparado en el fondo de nuestros corazones y almas. Enséñanos a vivir la Navidad sin afanes, concentrados en darte a ti el primer lugar, y a compartir con los demás con alegría, gozo y paz, en familia y en comunidad.
Te pedimos, Jesús, que en esta Navidad sepamos recibir las luces del Espíritu Santo, para que podamos engendrarte en el corazón y llevarte de manera efectiva a los demás.
Señor, al darte las gracias, el corazón y el alma, la Navidad no será solo una fecha: será tu presencia viva en nosotros, Dios con nosotros. Que esa presencia convierta nuestra vida, desde adentro, en un pesebre de paz y nos acompañe durante el nuevo año. Renuévanos en tu amor: en nuestros propósitos, pensamientos, sentimientos y acciones, para ser cada día mejores, tenerte más cerca en todo momento y construir, contigo, un mundo con más justicia y más amor.
*Is 7, 10-14; Sal 23; Rom 1, 1-7; Mt 1, 18-24.
**Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.
