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Columna

En legítima insolencia

“Todo acto creativo indócil y libre le parece blasfemo a esta fauna que embarga el poder desatraillado de la creación sinfónica, apostando...”.

Francisco Lequerica

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En su pieza orquestal ‘Hammered Out’, el compositor británico Mark-Anthony Turnage propone unas variaciones sobre un tema de Beyoncé que era ineludible en esa época: ‘Single Ladies (Put a Ring on It)’, Grammy a la canción del año 2009. ‘Hammered Out’ comienza con un acorde brusco y disonante que despistó al público de su estreno en los BBC Proms de 2010 por jugar con estereotipos del modernismo. Este primer gesto sugiere una continuidad obediente a las expectativas del canon contemporáneo, pero de inmediato se activa la percusión y aflora el material plebeyo, hormonal y avasallador, curiosamente familiar sin definirse su filiación. La auténtica disonancia aquí es ese salto de estilo en un contexto de supuestas élites estéticas, procediendo el gag hacia un cover manipulado de la canción de Beyoncé, con sus rasgos armónicos desfigurados a lo Francis Bacon.

Por un elusivo y transitorio “momento de lo verdadero” (Debord), Turnage logra extirpar a su público de su torpor habitual. Sin recurrir a “épater le bourgeois”, su obra usa un notable subterfugio patafísico que le otorga inteligibilidad y significado. Algún samaritano anónimo colgó en YouTube la melodía en voz de Beyoncé, con el Turnage como único complemento, yuxtaponiendo materiales y revelando el secreto. El resultado sobrecoge y demuestra que lo único que frena una percepción actualizada de lo sinfónico, en el público general actual, es el repertorio. Bien lo ilustró Peter Gabriel cuando, con la New Blood Orchestra, produjo mucho más que meros arreglos de sus éxitos.

La programación de música contemporánea persiste como problema por la volatilidad percibida del material compositivo, con el consecuente escrúpulo por si rasga una etiqueta de concierto que ya gravita hace décadas hacia la homogeneización. El ámbito sinfónico, sobre todo en lo concerniente a su público fidelizado y a sus gestores especializados, ha sido gentrificado por obra del pudiente geriátrico que ocupa muchos de sus palcos y consejos de administración, en contubernio con una nueva generación de tecnócratas ajenos al arte y pendientes al lucro. Todo acto creativo indócil y libre le parece blasfemo a esta fauna que embarga el poder desatraillado de la creación sinfónica, apostando seguro y recetando los trillados repertorios que más réditos les arrojan.

A diferencia de artistas populares y figuras de farándula -cuya ciudadanía iconoclasta no se cuestiona- la irreverencia de un compositor se ve confinada al pentagrama, censurándosele cualquier conducta que desafíe las convenciones fuera del mismo. Limitado el alcance de sus cismas a un ágora hoy viciada y distraída por el negocio del aburrimiento, es legítimo que un compositor contemporáneo sienta secarse su oficio y busque otros canales, anhelando una draga vital del suyo propio.

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