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Columna

¡Que la igualdad de género sea una costumbre!

Según la ONU, aunque la exclusión educativa de las niñas ha disminuido un 39%, aún 122 millones no asisten a la escuela y casi 50 millones no saben leer ni escribir.

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A partir de la incorporación del concepto de sostenibilidad como horizonte ideal en la garantía de derechos y la transformación de los contextos sociales, es cada vez más común hablar de educación de calidad e igualdad de género.

Sin embargo, frente a la realidad mundial, estos discursos parecen cada vez más utópicos en una sociedad profundamente distópica. A diario somos testigos de nuevas narrativas geopolíticas -como la erradicación de la libertad de las mujeres afganas-, de la violación de derechos por la burocracia institucional- como el aumento de feminicidios de mujeres denunciantes esperanzadas en la promesa de políticas de “cero tolerancia”- y de la creciente incertidumbre sobre valores y principios que sustentan la esencia del ser- me refiero por ejemplo a quienes defienden públicamente la igualdad de género mientras, en sus entornos cotidianos, perfeccionan el arte de la violencia pasivo-agresiva y el micromachismo con sonrisa diplomática.

Según la ONU, aunque la exclusión educativa de las niñas ha disminuido un 39%, aún 122 millones no asisten a la escuela y casi 50 millones no saben leer ni escribir. Además, en los países de renta baja, nueve de diez carecen de acceso a Internet, mientras sus pares varones tienen el doble de probabilidades de estar conectados.

En la historia de nuestra ciudad tenemos dos casos, los de Paulina Bregoff y Martha Clarke, quienes marcaron un hito en el acceso de las mujeres a la educación, al convertirse en las primeras egresadas de las facultades de Medicina y Derecho de nuestra -próximamente bicentenaria- Universidad de Cartagena. El ingreso de estas pioneras a las aulas rompió con los prototipos familiares y sociales que las destinaban exclusivamente al cuidado del hogar.

El camino recorrido por ellas (Uno lleno de piedras), simboliza el cultivo de conocimiento, la cosecha de derechos y la conquista de libertades para un sector históricamente relegado a roles que limitaban la expansión de capacidades y de su ser, ¡su ser de mujer!

Estas huellas marcaron un antes y un después en la historia de la educación y la igualdad, recordándonos que frente a los diferentes contextos sociales las mujeres debemos dar continuidad a nuestras luchas.

Por lo tanto, frente al contexto social actual en necesario el acceso integral al sistema educativo, la implementación de un currículo que promueva el reconocimiento de los patrones y contextos de violencia, que fomente la cultura del respeto y la gestión constructiva de las emociones.

De manera que, la implementación eficiente de una política integral de educación no solo amplía oportunidades, sino que fortalece nuestra capacidad para transformar el entorno, aviva el pensamiento crítico y nos permite enfrentar con seguridad las violencias de las cuales somos o podemos llegar a ser víctimas.

En definitiva, si pretendemos construir sociedades libres de violencias debemos aceptar los nuevos métodos y herramientas educativas que nos permitan identificar los patrones e intervenirlos. Además, fortalecer las capacidades de quienes pueden ser actores claves para que la igualdad de género sea una costumbre y no una excepción.

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