Salvatore Basile Ferrara (Nápoles 1940). Era el año de 1968, y su llegada a Cartagena fue premonitoria, venía junto a la ‘troupe’ de la película ‘La Quemada’, que dirigiría su amigo el también italiano Giulio Pontecorvo, de quien fue asistente de dirección.

Del Dique a la conquista de Arabia Saudita
Rafael Meza PérezPremonitorio porque cuando iban a aterrizar, una vaca estaba atravesada en la pista y no los dejaba descender. Era su llegada al fantástico mundo del realismo mágico que lo cautivó para siempre. Salvo fue definitivo para el éxito de la filmación, por su eficiente intermediación entre Giulio y el complejo actor Marlon Brando.
En las labores del casting, escogencia de los actores y de los ‘extras’, reunión que se llevaba a cabo en el Club Cartagena, conoció a la belleza de porcelana y nariz de querubín de Jaque Lemaitre De La Espriella, quien pretendía participar en la película.
Fue un flechazo a primera vista. Allí empezó su noviazgo y el furtivo amor que lo hizo quedarse para siempre en Cartagena. No fue fácil con la fama de picaflor que tienen los italianos y de tener un amor en cada puerto.
Fue entonces, con la entereza que lo caracteriza, donde Roberto ‘Conejo’ Lemaitre Torres, padre de Jaque, para pedir la mano de esa joven que tenía escasos 19 años. Roberto con el temor de semejante decisión, pero viendo la firmeza de su petición, la concedió.
Y hoy esa unión tiene más de 50 años y una prole de hijos y nietos por quienes guardo mucho afecto: Alexandro, ahijado de Alejandro Obregón, director de cine, realizador de la interesante película ‘El Cielo’, donde me asignó con mucho honor un papel con diálogo. Gerónimo, empresario del entretenimiento, por décadas ha sido el rey de la rumba en Bogotá. Mateo, su hijo menor, muy piloso y proactivo, quien me recuerda mucho por su físico a su tío ‘Pepe’ Basile (q.e.p.d.), hermano menor de Salvo, de quien fui amigo en los tiempos de la bohemia de los años 90.
Pero lo conocí mayormente en la casa de mi suegro Gastón Lemaitre Lequerica, cuando nos visitaba. Gastón era amante furibundo del cine y soñaba con hacer una película, ya antes habían hecho pininos realizando una con Enrique Grau Araújo y Luis Mogollón De Zubiría.
En ese ambiente donde estábamos todos metidos en el cine, tanto que nos veíamos más de 100 películas al año, y mi cuñado Marcel Lemaitre Merlano y Enrique Ortiga Pareja tenían un cineclub donde se veía el mejor cine del mundo, y los mejores directores de todos los tiempos.
Allí en esas visitas conocí bien el buen corazón de Salvo. Monseñor Jiménez nos había invitado a ser parte de una cruzada contra el hambre en Cartagena.
Él que había padecido hambre como nadie en la Segunda Guerra Mundial, me dijo: “Tenemos que unirnos”, y creamos la Fundación Corazón Contento. Hoy entrega miles de comidas en los barrios pobres, olvidados de las políticas del Estado, donde Salvo ha sido pieza más que fundamental.