Vi hace unas semanas una serie de televisión sobre el asesinato en el siglo XIX del presidente de EE.UU., James Garfield, titulada Death by lightning. Más allá de recomendarles la serie, lo que me lleva a escribir sobre ella es la reflexión que casi en su final se hace sobre qué queda de los políticos para la posteridad una vez han muerto. Tanto el asesinado presidente, como su asesino, querían ser recordados y les preocupaba cómo se les recordaría. El personaje que acertadamente prevé el futuro de ambos es la esposa del presidente, que miente a su marido diciéndole que todos le recordarán, pero que confiesa al asesino que nadie recordará ni a un presidente que apenas estuvo medio año en el poder, ni a un asesino al que no movía ningún motivo político, ni ideológico, sino simplemente su enfado al no haber sido beneficiado con algún nombramiento oficial.
Los políticos ahora, como los reyes y los emperadores en el pasado, se enseñorean durante unos pocos años de una minúscula parte del puntito insignificante que es la Tierra, parafraseando a Carl Sagan, y aspiran a que la memoria de sus hazañas sea recordada por generaciones. A veces con monumentos, otras poniendo su cara en una moneda o en un billete, como mínimo siendo referidos en los libros y enseñados a los niños de las generaciones venideras. Nuestro actual presidente de la República está cercano ya a ser un recuerdo histórico, como todos los presidentes que le precedieron. Quizá él sí tenía al inicio de su mandato fundadas razones para esperar ser recordado en el futuro. El primer presidente verdaderamente de izquierdas, nada menos. En un país tan históricamente conservador como Colombia. ¿Será recordado?
No lo sé. No lo creo, sinceramente. ¿Por hacer qué habría de ser recordado? ¿Cuáles han sido los grandes logros de su mandato? ¿Cuáles los grandes progresos y transformaciones vividos por Colombia? ¿De qué éxitos se ha hecho eco el mundo entero? Podría haber sido un parteaguas histórico. Podría haber demostrado que la izquierda puede gobernar uniendo al país y mejorando la calidad de vida de sus habitantes. Parece, por el contrario, que los colombianos están más divididos ahora que antes y no creo que nadie sea capaz de afirmar que vive mucho mejor ahora que en 2022. Entonces, ¿será recordado? Probablemente, no. ¿Y eso es bueno o malo? Cualquier hombre sensato diría que bueno. No creo que ni él, ni ningún político, opine lo mismo.