La época navideña suele evocar paz, amor y unión familiar; sin embargo, los titulares recientes en Colombia parecen sacados de épocas bárbaras, no de una nación moderna. En pleno siglo XXI, mientras las calles brillan con luces navideñas, ocurren atrocidades que estremecen la conciencia.

Foro Económico Mundial ante sus horas decisivas
RICARDO VÉLEZ BENEDETTIHace pocos días, en Coveñas, una riña de billar derivó en horror absoluto cuando un hombre decapitó a su amigo tras perder una partida. Como si fuera poco, el agresor se paseó por las calles con la cabeza de su víctima en la mano. En La Ceja se vio brotar la violencia por algo tan fútil como la pólvora festiva. Un hombre de 40 años fue asesinado de una puñalada en la cabeza tras pedir a sus vecinos que no quemaran pólvora cerca de su familia.
En Mingueo la desaparición de una niña de 3 años terminó con el hallazgo de su cuerpo sin vida dentro de un costal. La indignación derivó en venganza cuando habitantes capturaron al adolescente de 15 años señalado por el crimen y lo lincharon hasta decapitarlo. Un horror desencadenó otro, en un ciclo de violencia primitiva que dejó a dos menores muertos, la niña inocente y el joven agresor y, a una comunidad conmocionada.
Estos hechos suenan a narraciones de la prehistoria, pero son parte de la Colombia de 2025. Nos ufanamos de la tecnología de punta y hasta de misiones a Marte, pero en lo moral seguimos en las cavernas. Es increíble que a estas alturas no hayamos evolucionado como sociedad. Cuesta creerlo cuando presenciamos tales muestras de bestialidad y falta de humanidad.
Tan alarmante como la crueldad es la ausencia de autoridad. Me pregunto, dónde estaba la autoridad mientras un asesino paseaba con la cabeza de su víctima o mientras una turba decapitaba a un sospechoso. Cada caso expone a unas autoridades ausentes, no hay quien prevenga la tragedia ni mucho menos quien llegue a tiempo para impartir justicia. La impunidad y la desconfianza llevan a muchos a optar por la justicia por mano propia, hundiéndonos más en la Ley del Talión y el caos.
La paz que pregonan estas fechas brilla por su ausencia frente a esta realidad sangrienta. Celebramos la Navidad entre luces, villancicos y discursos vacíos, mientras normalizamos la barbarie como si fuera parte del paisaje. Nos indignamos por unos días, compartimos la noticia con horror y luego seguimos adelante, anestesiados, como si decapitar, linchar o descuartizar fueran simples notas de sucesos y no el síntoma de una sociedad profundamente enferma.
La Navidad no debería ser solo una pausa decorativa en medio del caos, sino un espejo incómodo que nos obligue a mirarnos sin excusas. Si seguimos tolerando la banalización de la violencia y la pérdida absoluta de humanidad, no estaremos celebrando el nacimiento de la esperanza, sino el triunfo definitivo de la barbarie. Y entonces, ninguna luz, por más brillante que sea, podrá ocultar la oscuridad en la que hemos decidido vivir.
