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Columna

De María Santísima a María Corina

“La tragedia de Jesús de Nazaret y María, su madre amantísima, no fue la excepción...”.

HENRY VERGARA SAGBINI

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La historia generalmente la escriben los vencedores, exaltando proezas reales o imaginarias, edificadas sobre osamentas de los débiles y oprimidos. La tragedia de Jesús de Nazaret y María, su madre amantísima, no fue la excepción; sin embargo, escasean personajes que alcanzan su estatura espiritual: no lideró ejércitos ni ocupó cargos terrenales, su renombre no proviene de imposiciones ideológicas, sino del amor incondicional de la maternidad vivida en una época donde las mujeres no tenían espacio en la vida pública, soslayando la ‘Grandeza de lo Pequeño’: 2.000 años después, María continúa siendo faro para creyentes y no creyentes, centro espiritual inamovible del cristianismo, frágil y corajuda, resistencia pacífica, característica de seres capaces de trasformar el mundo, convirtiendo profundos dolores en esperanza para la humanidad acostumbrada a exaltar poderosos y a quien empuñe armas o dicte leyes justificando a los violentos ubicados a lo largo y ancho del espectro religioso o político. María, la humilde y silenciosa madre de Jesús, durante miles de años, asegura que el amor es más poderoso que las armas: no fue reina ni profeta, no arengaba en espacios tumultuosos ni salones donde dictan o capan leyes terrenales; jamás subió a púlpitos ni tarima, pero su mensaje permanece vivo en corazones de creyentes y no creyentes.

La otra María, la venezolana, líder opositora al régimen chavista, se trasformó exponiendo vida y familia, en símbolo de la esperanza, resistencia pacífica, democrática, en medio de las fauces del autoritarismo chavista que la persigue con tal de evitar que, como María de Nazaret, renazca Venezuela, convencida de que, tarde o temprano, aparecerán faros de justicia permitiendo el retorno de millones de venezolanos menoscabados por la hiel del destierro. Las dos Marías emergen en medio de profunda incertidumbre desafiando el pánico, cargando sobre sus frágiles hombros la promesa de un mundo donde renazca la auténtica democracia, predomine el amor, jamás avaricia y miedo, impulsada por la convicción mística que alumbra caminos y hacer trizas las tinieblas, cómplices de la maldad.

María, la de Nazaret, trajo al mundo a su hijo Jesús, redentor de la humanidad, cristianismo, transformador con el poder del ejemplo. María Corina, temple de acero, decidida, da devolverle a sus paisanos la patria libérrima que soñó Bolívar y que agoniza desde hace más de dos décadas, entre fauces insaciables del chavismo, expertos en “leyes del embudo y puntadas con dedal” infectadas de avaricia, ‘Mal de Rabia’ y cáncer democrático. Pero la esperanza no se marchita: en los hogares de venezolanos exiliados, María Corina Machado, Premio Nobel de la Paz, por mérito a sus cojones, hace parte del pesebre.

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