La causa de Jesús de Nazaret es el Reino de Dios como su reinado. Si bien Jesús no definió ese Reino, sí señaló sus urgencias y los valores que él conlleva: la justicia, la defensa incondicional de la vida, la solidaridad, la fraternidad, la verdad y la paz, entre tantos otros valores del Reino. Y esta propuesta de Jesús es una contrapropuesta a lo que estamos viviendo en el hoy de la humanidad: la concentración cada día mayor del capital en unas pocos manos, la descarada imposición de las prácticas que consideran que la paz se conquista con la violencia, los genocidios y las amenazas por la fuerza de las armas y el control de las mentes a través de los medios de comunicación y las inteligencias artificiales por parte de los nuevos dueños de estas tecnologías de punta.

Foro Económico Mundial ante sus horas decisivas
RICARDO VÉLEZ BENEDETTIUn egoísmo galopante nos sacude y parece sobrecargarnos cada día más de una mentalidad de derrota y una fascinación por las apariencias y las distracciones, parece que el antiguo decir romano de pan y circo se consolida hoy como solo circo y olvido del pan de las mayorías. Y en este mundo así, que pareciera señalar el fin de la razón humanitaria, de la fraternidad universal, vuelve Navidad con la presencia del niño frágil que nos hace fuertes, pobre que nos hace ricos, oprimido que nos hace libres. El niño cuya estrella señala hacia la casa en cuyo interior papá José y mamá María reciben con amor la visita de los humildes pastores del contorno. Y allí, se dejan iluminar por la grandeza de ese niño que celebramos en cada Navidad.
Creo que no sea descabellado proponer que nos ubiquemos en otro lugar en Navidad, que como dice el cadencioso villancico popular volvamos a la casa, al hogar; y así, como los pastores en la casa de Belén, encontremos nuevamente la luz de la familia, el calor de familia, el gesto profético de no ceder ante la tentación de salir cada uno por su lado o irse por aquí y por allá. Recobremos las tradiciones más bellas, la cocina amorosa de los platillos de la abuela, la sazón inigualable de la mamá o las tías. Y humanicemos la fiesta del nacimiento en este mundo del que, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se hizo uno de los nuestros.
Quizá es inusitado pensar hoy en superar las tentaciones, del comercio, del ir cada uno donde le da la gana, pero precisamente por ello, urge la invitación a vivir una Navidad contraste, siendo de aquellos que glorifican a Dios y construyen la paz por ser de buena voluntad. La fuerza de Dios en el propio corazón humilde y sencillo, como la grandeza que celebramos en Navidad, puede ser mayor que toda propuesta egoísta que niegue la belleza de esa noche de paz y de amor que es la noche de Navidad. ¿Arriesgamos volver al hogar?
*Teólogo Salvatoriano.