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Columna

Liberalismo extraviado

“Si mi padre estuviera en vida, afirmaría que el extravío del liberalismo es indecente y lamentable…”.

Eduardo García Martínez

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Mi padre fue un liberal de conciencia. No era doctrinario ni sectario. Simplemente creía que el liberalismo era sinónimo de servicio, el mejor camino para mejorar la sociedad. Amarrado a esa creencia aprendió a ser desprendido, bondadoso, sin odios. Lo he recordado ahora que la política ha entrado en un remolino que todo lo revuelve y confunde. Cuando el liberalismo en el que creía mi padre es un sueño brumoso y lejano.

Luis Carlos Galán, asesinado en plaza pública cuando iba camino a la presidencia, había abandonado a su partido liberal, a cuyos dirigentes tradicionales acusaba de conducir a esa colectividad por los caminos de la reacción. “Lo volvieron un partido reaccionario -decía-, en un partido con miedo al cambio social, una versión nueva del partido conservador, un partido que no apoya a fondo las reformas sociales, que no reconoce las desigualdades crecientes que existen entre los distintos sectores del pueblo colombiano. Sin entender la urgencia de ponerse al lado de los más débiles, de los sectores populares, de quienes más requieren del apoyo político de un partido progresista”.

La muerte de Galán fue la suerte política de César Gaviria, a quien el hijo del inmolado líder le entregó las riendas del partido liberal. La Junta de Parlamentarios Liberales respaldó su nombre para aspirar a la presidencia y en consulta interna del partido se le dio el espaldarazo final para llegar a la primera magistratura. Fue elegido presidente de Colombia el 27 de mayo de 1990.

Independientemente de cómo gobernó el país durante sus cuatro años en el cargo, lo cierto es que Gaviria se enquistó en la dirección del partido. Y contrario a lo que seguramente anhelaba Galán, está convertido en un dirigente retrógrado y vengativo que maneja el liberalismo como un gamonal sin cordura conduce su hacienda. No quiere líderes a su lado, solo obedientes.

Luis Carlos Galán reconocía que Colombia es uno de los países más desiguales del mundo, y creía que el partido liberal estaba llamado a cerrar las brechas sociales y económicas que ahondan las diferencias. ¿Por qué sus líderes se niegan a romper ese estigma? ¿Por qué frenan los intentos por hacer de Colombia un país más equitativo?

Si mi padre estuviera en vida, afirmaría que el extravío del liberalismo es indecente y lamentable. “Dios santo - le escucharía decir- esto da miedo. Pareciera que a los dirigentes liberales se los hubiese llevado el viento”.

El liberalismo no anda solo en el descarrío. La política se volvió negocio, indecencia. Envolvió a todos en sus hechizos. ¿Se podrá romper el embrujo?

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