Este fin de semana se cumplen 10 años del asesinato de Frank, nuestro hermano: uno de los mejores músicos que ha parido esta ingrata ciudad que —cual Saturno goyesco en tétrica mueca detenido— acostumbra engullir a su prole. Escribo con la crudeza de una memoria que no amaina: la de aquel misterioso murciélago herido que se coló al apartamento que compartía en el Mirador de Zaragocilla, por una noche sorda, horas antes de que un amigo me llamara —con voz entrecortada— para asestarme la inverosímil noticia: que a Frank Portoy —nombre artístico del chelista, bajista, gaitero, profesor y compositor cartagenero Franklin Willie Porto— lo habían hallado apuñalado de muerte en un parque de Chapinero. Afirmo, sin otro ánimo que el de ser honesto, que su óbito me aniquiló más que cualquiera de los de mi desintegrada y desapegada familia. Y es que Frank me tendió una amistad incondicional, desinteresada, cuya plenitud intelectual y robustez de principios deberían haber garantizado que durase una vida; al menos la mía.
Cuando yo también había concluido, después que él, que en Cartagena no se puede hacer arte sin caer en la moña, en el hambre, o en la peor lambonería, Frank me recibió en aquella jungla gélida y gris. Vivíamos en cuartos contiguos de una pensión pulgosa, sin que allí dejase de reír y de sacarle punta a todo, fiel a su palabra y a sus amistades. Recuerdo una vez que soltó, a días de llegar yo a esa inhóspita nevera: “Na’ más hay son 5 barras, pues vamos a mamarnos las 5 barras en pan”. Y me saciaba a pan. Otra vez, desayunando en la Caracas a las 6 de la mañana, fue por insistencia suya que probé mi primera (y última) changua. Más allá de lo anecdótico, tras esa fachada dicharachera Frank era un auténtico portento musical, que se paseaba con soltura entre Brahms y Diomedes: un músico completo, apto para el futuro. A pocos días de su muerte, tenía programado un concierto del Dúo Ciruja —su fusión colombo-argentina con la guitarra del bonaerense Hernán Sánchez— en la mismísima Plaza de Bolívar de Bogotá. El concierto lo dio Hernán solo, destrozado en tarima.
Hasta hoy, no ha habido justicia ni se han esclarecido los motivos, sabiéndose que Frank nunca fue conflictivo ni anduvo en malos pasos. Algunos creemos que fue por racismo, conociéndose las pintadas de “Patria Blanca” que aparecen en esa ciudad. Quizá nunca sepamos. Años después de perderse mi copia original de la partitura de mi ‘Cantata pro Equalitas’, escrita en memoria de Frank en 2016, apareció en la Biblioteca de UNIBAC. Compuse la obra (donde aparece quizás el primer bullerengue litúrgico) sobre el Salmo 139, pensando reunir a todos sus amigos en un gran homenaje. Pero en 10 años no han hecho nada, ni han propuesto alternativas para honrar a Frank; hoy se los reprocho con vehemencia.

