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Columna

¿El fin del Derecho Internacional?

“Este escenario es terrible, porque sin Derecho lo único que queda es la fuerza y la fuerza, por su propia naturaleza, inevitablemente ha de ser ejercida”.

Alfredo Ramírez Nárdiz

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Quizá la intervención de los EE. UU. en Venezuela sea el mejor ejemplo de cuál parece ser el signo de nuestros tiempos en lo que a política internacional se refiere: el abandono de un modelo de relaciones internacionales basado en el Derecho y su substitución por otro construido sobre la fuerza y movido por los intereses económicos. Esta segunda presidencia de Trump consolida este mensaje y parece hacerlo sin ningún tipo de voluntad de ocultarse. Abiertamente se actúa desde la fuerza para lograr intereses económicos (en no pocas ocasiones, los intereses estrictamente particulares del presidente) y no solo no se esconde, sino que se reconoce con perfecta naturalidad. En el caso ucraniano o en el taiwanés, como en el venezolano, la gran potencia del norte acepta que sus actos no buscan la paz, la justicia o el respeto al orden internacional, sino únicamente la satisfacción de sus intereses.

La gran novedad es que esto lo haga una democracia y que lo haga sin avergonzarse de ello. Porque que tiranías como China o Rusia actúen movidas por sus intereses imperiales, o por los caprichos de sus déspotas, entra dentro de lo previsible; igualmente, que democracias como las europeas traten de maquillar su pillaje de los recursos de algún país del tercer mundo en nombre de la defensa de los derechos humanos ha venido siendo lo habitual en la política internacional de las últimas décadas. Pero que una democracia como los EE. UU. ni se moleste en tratar de disfrazar (como hizo en Irak o en Afganistán) como lícitas sus acciones, sino que cínicamente acepte que ya sea en Europa, ya en América, ya en Asia, actúa movida por egoísmo, es una novedad monumental.

Novedad que en última instancia dice una cosa a gritos: el Derecho Internacional ha dejado de estar vigente. Porque si para algo sirve este Derecho no es para que los países pequeños lo obedezcamos (pobres de nosotros, ¿qué otra cosa podríamos hacer?), sino para que los grandes imperios lo respeten. Si estos lo ignoran y ni se molestan en tratar de aparentar que lo cumplen, es mera cuestión de tiempo que el Derecho Internacional quede virtualmente convertido en un “no Derecho”, en un escenario de cartón detrás del cual no hay la menor capacidad de obligar a su cumplimiento, requisito básico de cualquier ordenamiento jurídico. Este escenario es terrible, porque sin Derecho lo único que queda es la fuerza y la fuerza, por su propia naturaleza, inevitablemente ha de ser ejercida.

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