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Columna

Infancia y conciencia

“Formar niños y niñas que valoren, respeten y protejan la naturaleza como parte de su propia vida es una inversión para garantizar la...”.

Elsy Domínguez De La Ossa

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Los problemas de contaminación y deterioro ambiental son cada vez más evidentes y la solución no está únicamente en políticas públicas o tecnologías verdes: comienza con la educación temprana. Formar niños y niñas que valoren, respeten y protejan la naturaleza como parte de su propia vida es una inversión para garantizar la calidad de vida de las familias y del planeta.

La conciencia ambiental en la infancia no surge de manera espontánea, requiere estrategias pedagógicas que integren conocimiento, emociones y acción. Desde la perspectiva del aprendizaje social, la conciencia ambiental y el desarrollo de un empoderamiento conductual de los niños que beneficia al medio ambiente implica que no basta con transmitir información: es necesario generar experiencias significativas que tengan una conexión con el entorno.

Aunque importante, la teoría por sí sola no es suficiente para generar conciencia ambiental. Es preciso complementarla con experiencias prácticas e interacciones con la naturaleza, como huertos escolares, reciclaje creativo y juegos al aire libre. La evidencia científica respalda esta idea: un estudio reciente de Magali Taco (y sus colegas de la Universidad Estatal de Milagro y de la Unidad Educativa Nuevo Rocafuerte, en Ecuador) encontró que “el 78,65% de los niños mejoraron su conciencia ecológica cuando participaron en programas de educación ambiental en la primera infancia, y el 72,53% de los padres adoptaron hábitos sostenibles en sus hogares”. La educación ambiental no solo transforma a los niños, sino también a sus familias y comunidades.

La primera infancia es el punto de partida natural para orientar valores y acciones ecológicas que perduren y para enfrentar retos globales. Este compromiso no es opcional: en Colombia, la Ley 1549 de 2012 obliga a las instituciones educativas a incorporar la educación ambiental en sus planes pedagógicos mediante los Proyectos Ambientales Escolares (PRAE). Esta ley busca que la educación ambiental sea un proceso participativo que forme ciudadanos críticos y responsables, capaces de transformar su realidad en función de sociedades ambientalmente sustentables y socialmente justas.

El compromiso de formar generaciones conectadas con la naturaleza recae sobre instituciones educativas, padres de familia y adultos en general. Cada aula, hogar y espacio comunitario debe ser un laboratorio de sostenibilidad. Más aún, porque educar a un niño para amar y cuidar la tierra es sembrar esperanza para toda la humanidad.

Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB ni a sus directivos.

*Profesora de la Escuela de Negocios,

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