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Columna

Periodismo: servicio público

Javier Ramos Zambrano

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Estar nuevamente, ahora como profesor, en el auditorio del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en su edición número 50, y escuchar los nombres de mis estudiantes de la Universidad Tecnológica de Bolívar fue uno de esos momentos que a uno lo estremecen. Ver en el escenario a Shyelena Álvarez, Vanessa González y Marco Villanueva con el premio periodístico más importante del país, frente a colegas que he leído y admirado desde hace años, me recordó por qué vale la pena seguir defendiendo este oficio y la formación seria que lo sostiene.

El reconocimiento se dio en un escenario exigente, pues el jurado evaluó 933 trabajos en distintas modalidades. En medio de esa magnitud, que una crónica nacida en una clase de Periodismo de la UTB fuera seleccionada como ganadora en la categoría Estímulos al periodismo universitario, es una validación de que la academia, cuando apuesta por la reportería y el rigor, forma periodistas capaces de dialogar de tú a tú con las exigencias reales del oficio.

La crónica —“Más allá de El Salado: Canutalito y una masacre que no mató a un pueblo”— comenzó en el aula, sí, pero se hizo en la calle. Vi a mis estudiantes viajar a una zona rural de Sucre, recorrer caminos de tierra en mototaxi, hablar con víctimas y líderes comunitarios, caminar bajo el sol para reconstruir una historia que casi nunca aparece en la centralidad mediática. En tiempos en los que algunos reducen el periodismo a opinar frente a un micrófono, ellos recordaron que no hay buen periodismo sin reportería.

El discurso del jurado dejó alertas que comparto. Muchos trabajos con buena reportería fueron descartados porque “tenían todo para ganar, menos edición”. Sin ese filtro, la información se contamina, mezcla opinión con hechos y cede ante narrativas fáciles. A eso se suma la presión del algoritmo, que impone estructuras donde la noticia se esconde para privilegiar el tiempo de permanencia. Por eso este premio no solo celebra una crónica bien escrita, también una forma de resistir ante un ecosistema que tiende a diluir el rigor.

El jurado insistió en la necesidad de narrar el país profundo, ese que no siempre entra en las agendas nacionales. La crónica de mis estudiantes nació justo allí, donde la información escasea y donde la memoria se mantiene viva solo si alguien decide ir a buscarla.

Bien lo recordó Yolanda Ruiz esa noche al recibir el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar a la Vida y Obra de un Periodista: “Creo que el periodismo es un servicio público, hacerlo bien es la meta y con mucha frecuencia eso no se ve, eso no le gana a nadie y eso no se premia”. Hay que persistir en el rigor, incluso, cuando no es lo más visible ni lo más celebrado con likes.

* Director del programa de Comunicación Social de la UTB.

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