Arthur Lewis, premio Nobel de Economía en 1979, formuló el modelo de economía dual para referirse a la coexistencia de dos sectores económicos dentro de un mismo país o región, los cuales funcionan con características muy diferentes. Colombia no es la excepción en esta realidad y caminar por nuestras calles es encontrarse con esa economía dual, cada uno de sus componentes con cosas buenas y malas.
Una economía dual se refiere básicamente a que existen dos sectores: uno moderno o desarrollado y otro tradicional o subdesarrollado. El moderno se caracteriza por una elevada productividad, un uso intensivo de la tecnología, una mayor participación del capital frente al trabajo y una mayor orientación al mercado global. Por su parte, el tradicional registra una baja productividad, una producción de baja tecnología, un uso intensivo de la mano de obra y una mayor orientación al consumo local. El primero tiende a ser formal, mientras que el segundo a operar en la informalidad.
Nuestras ciudades están caracterizadas por estos dos mundos paralelos. Por ejemplo, los conductores de los vehículos se someten a las reglas de tránsito, mientras al lado circulan motocicletas que regularmente van infringiendo muchas de las normas. Para los vehículos, los controles por medio de mutas o foto multas son más severos, mientras que para las motocicletas el cumplimiento de las reglas es más difícil de implementar.
Otro ejemplo son los restaurantes, en donde los formales deben cumplir normas de aseo, laborales, manejo de residuos, entre otros, mientras que a su alrededor pueden estar ubicados puestos de ventas de alimentos informales para lo que no existe ningún control y suelen ocupar el espacio público, inclusive obstruyendo el acceso de los clientes al restaurante formal.
Esos dos mundos desempeñan una función en la economía. El sector moderno crea empleos que cumplen con las regulaciones vigentes y son contribuyentes al fisco. El tradicional es un gran generador de empleos, tal vez no de la misma calidad del moderno, pero brindan la oportunidad a muchos de tener un ingreso que le permita cubrir sus necesidades. Los productos del sector tradicional, en la medida en que no enfrentan las regulaciones y los costos de la formalización, suelen tener un menor precio, convirtiéndose en una opción barata para que las familias puedan acceder a determinados bienes y servicios.
Muchas veces las recomendaciones de política insisten en que deben incentivarse los sectores modernos, que permitan una alta productividad e ingresos. Sin embargo, se diseñan políticas que estimulan el modelo dual, ya que encarecen los costos de ingreso al sector formal y se relajan los controles al informal. Lograr este equilibrio no es fácil, particularmente en economías como la nuestra con sectores informales que generan grandes cantidades de rentas sin pagar impuestos.
