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Columna

La riña nos domina

“Las autoridades tienen miedo a los fines de semana, a la euforia de los partidos de fútbol, a la celebración de conciertos…”.

Eduardo Durán Gómez

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El temperamento de las gentes está rodeado cada vez más de intolerancia, de incomprensión, de resentimiento, de insensatez y de falta de cultura.

Todo el mundo se ha vuelto lo que comúnmente se llama un “fosforito”, es decir, no resiste el más mínimo roce, porque la reacción no se hace esperar, derivando de inmediato un conflicto que lleva a la agresión, a la reacción más allá de las proporciones y a generar un malestar que agrega conflicto y que abre heridas que sin duda generan malestar y también despiertan otros sentimientos como la venganza, el odio, el rencor, el distanciamiento, y en ocasiones la respuesta certera que a veces llega a la agresión severa con la palabra, o a la ofensa física con el consiguiente impacto en la víctima.

Las estadísticas que se manejan en las autoridades de Policía señalan un preocupante registro de estas modalidades de enfrentamiento, en donde es posible establecer que de cada 10 homicidios, cuatro han comenzado por una riña. Y ni hablar de las lesiones personales, que están a la orden del día, pues esos comportamientos terminan registrándose en todo tipo de reuniones en donde además se abusa del consumo de licor o de otras sustancias.

Las autoridades tienen miedo a los fines de semana, a la euforia de los partidos de fútbol, a la celebración de conciertos, a la llegada de fechas como Halloween, el amor y la mistad, las velitas, y lo más lamentable, el Día de la Madre, que parece ser la fecha en la que más muertes violentas se registran.

Lo cierto es que es urgente bajar el voltaje en las relaciones entre las personas; que el encuentro común esté desprevenido y ausente de prejuicios y que sea posible descontaminarlo de ingredientes que llevan a modificar el carácter y a despertar las pasiones que se traducen en agresiones.

La formación del ciudadano está cada vez más abandonada y la sociedad requiere de normas, de afinar actitudes, de procurar el imperio del respeto, de ahuyentar los elementos perturbadores, en donde sea posible observar al ser humano como tal, como un individuo formado en la civilización y capaz de exhibir lo mejor de sí, y no alentado por la pasión.

Este panorama nos indica claramente que la sociedad está en decadencia, y que es necesario rescatarla para que la vida sea exaltada, y para que el ser humano pueda cumplir cabalmente con su noble papel.

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