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Columna

La anatomía de la Desigualdad: Una opinión que incomoda

Los primeros años de vida son cruciales para el resto de la vida, un niño que no es alimentado adecuadamente presencia desventajas en el proceso de aprendizaje y en sus relaciones cotidianas.

Mercedes García Escallón

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“A través de otros nos convertimos en nosotros mismos”: Lev Vygotsky.

El informe de Unicef Early Moments Matter (2017) señala literalmente que “la pobreza, el conflicto y la malnutrición pueden bloquear el desarrollo cerebral al privar a los niños de estímulos, protección y una buena nutrición”. La Organización Mundial de la Salud (OMS, 2018) coincide en este planteamiento al afirmar que los cerebros infantiles son especialmente vulnerables a los efectos de la pobreza, el estrés y la falta de apoyo afectivo, condiciones que pueden dejar huellas de por vida en el aprendizaje y el bienestar.

Mucho antes, ya en el siglo XIX, pensadores como John Dewey reconocían la fuerza del contexto: el ambiente es el mayor condicionante del crecimiento mental del niño. En la misma época, William James destacaba que el entorno en que un niño vive determina, en gran medida, los hábitos de pensamiento que podrá desarrollar. Estos planteamientos anticipan lo que hoy confirman múltiples estudios científicos: el desarrollo cognitivo depende profundamente de las condiciones del entorno, desde la primera infancia hasta la edad adulta.

La pobreza se ha relacionado con menos rendimiento en funciones cognitivas medidas a nivel psicológico, como memoria, atención, inteligencia general. Aunque es un tema sensible y cargado de prejuicios históricos, la evidencia contemporánea indica que no es la pobreza en sí misma la causa, sino los factores que suelen acompañarla: estrés crónico, inseguridad alimentaria, falta de acceso a servicios básicos, ausencia de estimulación y ambientes inestables.

Aspectos como el estrés que pueden afrontar madres, padres y cuidadores de los niños en los primeros años de vida, derivado de la falta de condiciones económicas mínimas que garanticen una alimentación digna, o el acceso a servicios básicos, recreación, educación con calidad, entre otros elementos que serán fundamentales en el desarrollo infantil.

Este tipo de factores genera menos intenciones comunicativas, menos motivación al juego con los niños, sobre todo por la presencia de situaciones altamente estresantes, contextos de supervivencia con pocas oportunidades sociales en el entorno infantil, lo que es especialmente crítico en los primeros años de vida, y hasta el final de la adolescencia e inicio de la edad adulta, cuando nuestro cerebro alcanza su maduración total.

Estudios de imágenes cerebrales revelan diferencias funcionales en los cerebros de niños criados por padres, madres, cuidadores comprometidos con su estimulación, en comparación con los cerebros de niños que han crecido en orfanatos y en general que no cuentan con adultos altamente comprometidos en su desarrollo y que viven en ambientes poco estimulantes. Otros estudios equivalentes muestran diferencias cerebrales en niños con privación afectiva, en comparación con niños que han crecido en entornos seguros, con afecto, protección y estimulación adecuada.

En este sentido, la pobreza monetaria se encuentra medida por múltiples elementos que permiten explicar la relación entre el entorno y la capacidad cerebral. Los primeros años de vida son cruciales para el resto de la vida, un niño que no es alimentado adecuadamente presencia desventajas en el proceso de aprendizaje escolar, en sus relaciones cotidianas y además tiene más riesgo de desarrollar alteraciones conductuales y problemas de aprendizaje.

Un niño en proceso de adquisición del lenguaje cuyo ambiente no es adecuado para él, o que vive en un contexto de indiferencia, tendrá desventajas en la adquisición de su lenguaje, aunque biológicamente este dotado con todo lo que requiere para desarrollarlo.

El estudio de la conducta humana en situaciones de alta vulnerabilidad revela cómo el contexto afecta y determina en gran medida el comportamiento, las emociones y las actitudes; sin embargo, otro de los hallazgos mas importantes es la capacidad de cambio que poseemos los seres humanos, esto es la base de la modificación y del cambio. Uno de los hallazgos más inspiradores es la plasticidad: la capacidad del cerebro para cambiar. Este principio abre la puerta a la intervención.

El entorno transforma el cerebro, y este principio será clave para el cambio. Los entornos educativos, por ejemplo, podrían ser espacios altamente potencializadores que compensen la deprivación previa. Los cambios en los modelos de crianza, el uso del juego como método de enseñanza, la lúdica, la música, la actividad motora, tienen un efecto potencializador en la formación de las conexiones cerebrales, por lo tanto, aún en contextos de déficit económicos, los cuidadores, docentes, padres, madres, abuelos pueden utilizar los recursos que tengan a su alcance, para generar protección, afecto y juego, lo que se verá reflejado en el cerebro de sus niños y por supuesto en su conducta actual y futura, como lo afirmó Piaget: “Los niños y niñas no juegan para aprender, pero aprenden porque juegan”.

*PhD ©

Instagram: @m.escallon_psicoforense

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