En las últimas décadas se ha intensificado una corriente social y jurídica orientada a reconocer en los animales características y derechos que tradicionalmente han sido atribuidos solo a los seres humanos. Este fenómeno, que a primera vista parece una ”extensión de la empatía y del progreso moral”, encierra sin embargo una serie de desventajas teóricas, éticas, jurídicas y culturales que merecen una reflexión seria. De la empatía a la confusión ontológica: El respeto y la protección hacia los animales son valores que todo ordenamiento civilizado debe promover. Sin embargo, como advierte Jacques Derrida en “El animal que luego estoy si(gui)endo” (2006), el problema surge cuando se diluyen las fronteras entre lo humano y lo animal, generando una “indiferenciación ontológica” que vacía de contenido la noción de humanidad.
La empatía se transforma así en un error conceptual: se sustituye la compasión racional por una proyección emocional antropomórfica, donde el animal deja de ser comprendido en su naturaleza y pasa a ser “humanizado”.
El riesgo de desdibujar la dignidad humana: La doctrina clásica del derecho natural, desde Aristóteles hasta Tomás de Aquino, establece que el ser humano posee una dignidad ontológica superior derivada de su racionalidad, libertad y capacidad moral. Esa dignidad, base de los derechos humanos se fundamenta en la persona como sujeto de deberes y derechos. Cuando se pretende equiparar animales a personas, se produce lo que Robert Spaemann denomina una “inversión axiológica”: al extender el concepto de persona más allá de su naturaleza, se vacía su sentido. Si todo ser viviente es persona, entonces la persona humana deja de ser una categoría jurídica y moral significativa.
Consecuencias jurídicas: la disolución del estatuto de la persona: Desde el punto de vista jurídico, la humanización de los animales implica una confusión en el estatuto de los sujetos de derecho. En el derecho civil, como explica Hans Kelsen en su Teoría Pura del Derecho, la personalidad jurídica es una ficción técnica necesaria para la organización normativa, no un reconocimiento metafísico.
Si se otorga “personalidad” a los animales no humanos, el derecho corre el riesgo de perder coherencia en su estructura conceptual. Se confunden los planos del deber jurídico (propio del sujeto responsable) con el de la protección (propio del objeto de tutela). Los animales no pueden asumir deberes ni responder jurídicamente, por lo cual su “humanización” no solo es incoherente, sino que distorsiona los fundamentos de la responsabilidad.
El peligro cultural: Perder la humanidad en nombre del animal: El filósofo Roger Scruton advertía que el amor hacia los animales, cuando se convierte en sustituto de la relación humana, puede derivar en una forma de sentimentalismo deshumanizante. Sociedades que comienzan a valorar más la “vida animal” que la “vida humana”, por ejemplo, reaccionando con mayor indignación ante la muerte de un perro que ante la de un niño, evidencian una peligrosa inversión moral. La empatía mal entendida conduce a una pérdida de jerarquías éticas y, en última instancia, a una erosión del sentido de comunidad humana.
El equilibrio necesario: respeto sin antropomorfismo: El verdadero progreso ético consiste en reconocer el valor de la vida animal sin confundirla con la humana. Proteger a los animales, garantizar su bienestar son obligaciones morales y jurídicas derivadas de nuestra humanidad, no de la suya.
Como sostiene Carlos María Romeo Casabona, el derecho animal debe construirse sobre una ética de la responsabilidad humana, no sobre la ficción de la igualdad entre especies. La humanización de los animales, lejos de elevarlos, degrada la singularidad humana que precisamente los protege.
Negar la diferencia esencial entre el ser humano y el animal no es una forma de avanzar en la ética, sino de deshacer su fundamento. La empatía debe mantenerse en su justo lugar: como una expresión de humanidad, no como un intento de trasladar lo humano a lo no humano.
Perder de vista esa frontera es, paradójicamente, el camino más corto hacia la pérdida de nuestra propia humanidad.
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