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Columna

Y dice así: “El palacio de justicia no solo quedó en cenizas, quedó en silencio”

Otra vez el Palacio vuelve a ser utilizado como escenario político. Mientras las víctimas aún esperan una justicia completa, algunos lo utilizan para limpiar su nombre.

Juan Diego Rozo Ávila

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Han transcurrido cuarenta años desde aquella mañana del 6 de noviembre de 1985, un momento en el cual el país vio arder su propia justicia. Pero, más allá del fuego que hubo, lo que quedó fue un silencio que aún sigue retumbando. Un silencio impuesto por la impunidad, por los archivos que fueron borrados, por los nombres que se esconden detrás de los discursos patrióticos. Después de casi cuatro décadas, el Palacio no solo es una crónica olvidada del pasado: es el espejo de un Estado que sigue prefiriendo callar antes de responder a los inocentes.

Otra vez el Palacio vuelve a ser utilizado como escenario político. Mientras las víctimas aún esperan una justicia completa; una respuesta verdadera y clara. Algunos políticos utilizan el Palacio para limpiar su nombre, evadir sus responsabilidades y ganar simpatías temporales. Cada aniversario de este atroz hecho se convierte en una disputa por el relato: unos hablan de “errores”, otros de “heroísmo”. Pero lo cierto es que nadie ha asumido del todo la culpa. Ni siquiera los cobardes que dieron la orden de la retoma, ni los que callaron lo que en realidad vieron. En este país, la memoria es selectiva: se recuerda lo único que es conveniente y se le olvida lo que incomoda, porque no tienen los pantalones bien puestos para aceptar sus responsabilidades y no les cabe en la cabeza que su nombre está bien manchado.

El silencio del Palacio no es cosa de atrás: sigue vivo en cada tipo de impunidad, en cada líder social asesinado y en cada verdad y verdad, el poder lo intenta enterrar. Colombia sigue sin aprender a escuchar y cerrar sus ideas, únicamente sabe maquillarlas. Por eso, cada 6 de noviembre, recordamos el humo y los escombros, pero, deberíamos también mirar a nuestro alrededor: seguimos siendo el país que teme, que esconde y que justifica. La justicia no murió aquel día: la seguimos matando cada día con nuestra indiferencia.

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