En Colombia quizá no tanto, pero aquí por las Europas lo políticamente correcto es algo cada vez más pesado. Y me gustaría insistir en la palabra: pesado. No digo malo, no lo asocio a esta o a aquella ideología, no digo que no esté justificado utilizar un lenguaje más adecuado para determinadas minorías, o que no sea bueno procurar tener un sentido del humor menos ofensivo como el que habitualmente se ha hecho servir respecto de esas minorías (o mayorías, como la más de la mitad de la sociedad constituida por las mujeres). Lo que digo es que vigilar palabra por palabra lo que uno dice para evitar ofender a los demás es algo agotador. Y, a la larga, no sólo dificulta aquello para lo que sirve el lenguaje, que es para comunicarse, sino que coarta la libertad en esa esfera y en otras.

Transcaribe y una pesadilla esperada
JOSÉ DAVID VARGAS TUÑÓNRecientemente, en el Congreso de mi país se promovió dejar de usar la palabra cáncer como sinónimo de algo malo (“Es usted un cáncer para la democracia”), porque esto implicaba asociar el nombre de la enfermedad a fenómenos negativos perjudicando así tanto la imagen pública, como la propia estima, de los pacientes de esta enfermedad. Más allá de lo surrealista (¿se han leído ustedes 1984 de George Orwell?) que es descubrir que un parlamento no tiene nada mejor que hacer que prohibir palabras, ¿de verdad es bueno para una sociedad tratar de controlar la manera en que se expresan sus ciudadanos? Es decir, si alguien quiere no ya utilizar la palabra cáncer como metáfora de algo negativo, sino referirse a una situación indeseable haciendo referencia a una determinada etnia, o recurrir a un estereotipo cultural asociado a una minoría, o a un sexo, ¿por qué eso ha de impedirse? Que cada cual se exprese como quiera y aquellos a los que no les guste que simplemente se alejen de aquel que se exprese de forma tal que les ofenda.
El salto lógico que siempre hace un fanático es asumir que como para él una determinada cosa es mala, por necesidad debe serlo para todos, siendo malas personas todos aquellos que discrepen. Antes les metíamos en la hoguera, ahora les cancelamos. El problema es que los educados, los correctos, los puros (puritanos) han hecho históricamente bastante menos por la causa de la libertad y el progreso que los incorrectos, los rebeldes, los impuros y los revolucionarios. Callar las bocas es el primer paso para la tiranía. Y que los que defienden la tiranía crean que ellos son los buenos, no les vuelve los buenos. Tan sólo los retrata en su eterna estupidez.
