Creo que esta ha sido la palabra más escuchada y leída en nuestro medio las últimas semanas, especialmente relacionada con las fiestas, con algunas de sus expresiones y manifestaciones, pero también en otros contextos como acaba de ocurrir en la COP30, realizada en la ciudad de Belém (Brasil). En América Latina, en Ecuador, Bolivia y Perú, entre otros con reclamos de grupos ancestrales por su territorio, su reconocimiento y sus derechos, así como en otras naciones asiáticas, africanas y quien lo esperara, en algunas naciones desarrolladas en Europa también asistimos a procesos de lucha, a diversas formas de resistencia de grupos poblacionales locales o por lo menos minoritarios. Aquí entonces tenemos que considerar que la Resistencia va mucho más allá de lo cultural, de lo social y ambiental, para convertirse en muchos aspectos en formas de resistencia económica con un claro contenido de política, pero no electoral, sino aquella asociada con la supervivencia de distintos pueblos, con todo lo que ellos traen de lenguajes, saberes, tradiciones, formas de organización, producción y relacionamiento con su entorno. A la pretensión de la aldea global y del fin de la modernidad le están apareciendo obstáculos por donde menos se esperaba, por los pueblos históricamente marginados e invisibilizados. Lo ocurrido en nuestro país da para volver sobre ello, pues en casi todos los departamentos observamos diversas formas de resistencia, en especial de comunidades indígenas que, a pesar de todo, siguen hoy tan vivos como hace cinco siglos.
El concepto de resistencia cultural se expresa como un proceso que va emergiendo lentamente con distintas dinámicas, formas de expresión, prácticas y saberes de grupos tradicionalmente desconocidos, marginados y en muchas ocasiones violentados, que durante siglos o décadas asumieron formas de pasividad o de aguante frente a grupos dominantes o concepciones hegemónicas de élites locales y nacionales, para preservar su identidad, sus mecanismos de cohesión y de subsistencia. Las prácticas y formas de resistencia no solo buscan conservar tradiciones y saberes, sino que con frecuencia son respuestas activas por sus derechos y reconocimiento en un mundo que históricamente los excluyó. Así entonces la resistencia se convierte en una poderosa herramienta para preservar la dignidad, la permanencia y supervivencia como grupo, como comunidad.
Lo ocurrido entre nosotros estas semanas con las fiestas es claro ejemplo que debemos retomar para volver a ver la legitimidad de grupos que han estado resistiendo y que merecen un espacio en el marco de las celebraciones. Tanto la manifestación de ‘Ángeles Somos’ como la ‘Vida de Barrio de Getsemaní’ son muestras de esa resistencia que acompaña derechos a la expresión de la interculturalidad, de la multietnicidad, de la memoria que transita generacionalmente y que nos permite reconocernos como sujetos culturales.

