La universidad surge en el medioevo (siglo XI) como un espacio de legitimación de la verdades teológicas, legales y filosóficas, hasta cuando la revolución científica, el pensamiento ilustrado y las ideas liberales y republicanas la transformaron en símbolo del proyecto moderno que buscó consolidar el Estado-nación y la revolución industrial. Tres fueron los modelos que encarnaron este ideal: el napoleónico (francés), que tuvo como objetivo formar profesionales al servicio del Estado y de la industria; el humboldtiano (alemán), que enfatizó investigar y fortalecer la ciencia; y el meritocrático (inglés y norteamericano), que enfatizó la formación de grupos privilegiados. Los tres paradigmas tuvieron un carácter elitista, enciclopédico y disciplinar. Latinoamérica acogió el modelo híbrido napoleónico-humboldtiano.
El modelo de universidad del siglo XX se desarrolló en tres momentos. Hasta los años 60 estuvo influenciada por la industrialización intensiva y la consolidación del Estado de Bienestar que transformó la educación en un derecho y un servicio público (financiación y regulación estatal), lo que conduce a su masificación, a la democratización del acceso (no de la universidad) y a la profesionalización y la especialización (proliferación de carreras y disciplinas). El segundo momento surge luego del estallido social de mayo del 68 francés que -influenciado por el pensamiento marxista y posmoderno- cuestiona el modelo conservador, tecnocrático y burocratizado de la universidad al servicio del Estado y del capitalismo, exigiendo una universidad más democrática y crítica y demandando la existencia de nuevos programas (estudios culturales, de género, decoloniales, etc.). El tercer y último momento surge después de los años 80, luego del giro neoliberal, que se impone el modelo universidad-empresa, se promueven políticas púbicas que reducen la financiación estatal y el ideal de gestión empresarial, tecnocrático y globalizado, orientado por la lógica del mercado, la eficiencia y la competencia (ranking, autoevaluación, acreditación, etc.).
En el siglo XXI la universidad sufre una profunda transformación, como consecuencia de la consolidación del capitalismo cognitivo, en el que el conocimiento y la información se convierten en la principal fuente de riqueza, de la Cuarta Revolución Industrial (internet de las cosas, tecno-humanismo y Big Data), que ha acelerado el proceso de automatización y digitalización, y de la Quinta Revolución Industrial (IA generativa, transhumanismo, posthumanismo), que desafía todos los límites de la inteligencia y de la naturaleza humana.
Lo preocupante es que los debates domésticos y las políticas públicas sobre la educación superior parecen haberse estancado en el siglo pasado (universidad crítica y emancipadora vs. neoliberal y competitiva), sin duda, una discusión importante, pero que puede volverse irrelevante, si no se discute también: la infraestructura tecnológica, las brechas digitales, la conectividad, el modelo educativo y el currículo flexible, la investigación y la innovación. Pero por, sobre todo, sino nos preguntamos: ¿qué enseña?, ¿cómo lo enseña?, ¿para qué lo enseña? y ¿a quiénes sirve?

