Noviembre en Cartagena es más que un mes en el calendario; es un estado del alma. Es el tiempo en que la ciudad se sumerge en un desorden sano, una alegría contagiosa que borra las penas y une a su gente en un solo cuerpo festivo. Es la época anhelada, el carnaval que nos recuerda la sabrosura de vivir sin angustias.

Sin libertad de expresión no hay democracia
ALFREDO RAMÍREZ NÁRDIZEn el corazón de esta festividad late una banda sonora inconfundible y su himno no oficial es, sin duda, ‘El buscapié’. Compuesto por mi amigo, el maestro Hugo Bustillo Osorio, este tema es la encarnación musical de la chispa novembrina. Como relata su propio autor, la canción nació de la manera más espontánea y cartagenera posible cuando un grupo de jóvenes estudiantes, liderados por un integrante de los legendarios Gaiteros de San Jacinto, se encontraban tocando frente a la universidad. De repente, un buscapié estalló junto al tambor y, en ese instante de pólvora y ritmo, surgió el estribillo que se grabaría por siempre en la memoria colectiva “Suena, suena buscapié”.
Esa canción grabada por Son Cartagena se convirtió en un fenómeno, ganando tres Congos de Oro en Barranquilla y consolidándose como estandarte de los carnavales. Hoy, más de tres décadas después, sigue vigente, reinventándose en versiones urbanas que demuestran su increíble capacidad de adaptación. ‘El buscapié’ no es solo una canción; es un artefacto cultural que cada noviembre nos transporta al epicentro de la alegría.
Pero el espíritu de la fiesta también reside en las memorias personales, en esas frases que se quedan ancladas al corazón y definen una forma de ver el mundo. Es imposible evocar la euforia de estas fechas sin recordar a Gabriel Combat Fonseca (q, e. p. d.), quien en sus momentos de máxima felicidad, sin importar la época del año, lanzaba al aire “¡Ay, si mañana saliera el bando!”. Era su manera de invocar la felicidad absoluta, de desear que el presente, ya de por sí sabroso, se transformara en la plenitud sin límites de las festividades, un estado donde no existen las preocupaciones ni los afanes.
La frase de Gabriel era más que una simple exclamación; era una filosofía de vida. Representaba la capacidad de encontrar la felicidad en el ahora, pero anclándola a la promesa de una alegría aún mayor, la que solo las fiestas pueden traer. Era un recordatorio de que, sin importar las adversidades, siempre existía la posibilidad de un mañana festivo. Su grito era el eco de un sentir popular de que la vida, en su máxima expresión, es un carnaval ininterrumpido, una celebración continua, un estado permanente de desestrés y tranquilidad.
Al conmemorar nuestra independencia este 11 de noviembre, recordamos que la libertad también es alegría. En cada rincón de Cartagena y en cada golpe de tambor, resuena esa esperanza de que la fiesta nunca termine. Porque todos llevamos dentro un poco de Gabriel, anhelando siempre que mañana, por fin, salga el bando.
