La acción de Dios en nuestras vidas es agua fresca que llega a nosotros como ríos de agua viva, que todo lo regenera, lo transforma y lo purifica, para que conquistemos la verdadera alegría, esa que solo se encuentra en el bien y el amor.

Sin libertad de expresión no hay democracia
ALFREDO RAMÍREZ NÁRDIZAsí como a veces no cuidamos las fuentes de agua y permitimos que se contaminen, también nuestra vida espiritual se ensucia con el pecado. Dios nos invita a renovarnos constantemente en su presencia, al menos una vez por semana, para llenarnos de su amor, encontrar su luz en la Palabra y fortalecer nuestra unión con Él. Cuando experimentamos su obra en el corazón, sentimos el deseo de acudir con mayor frecuencia a esa fuente de vida.
Muchos ven la Eucaristía como un compromiso o una obligación, y eso sucede porque aún no hemos descubierto el tesoro que significa estar en comunión de amor con nuestro padre, Dios: recibir las gracias que Jesucristo vino a traernos y que se expresan de múltiples formas a través de su Espíritu Santo, proyectándose hacia la eternidad.
Todo es don. Todo es regalo de un Dios que nos ama con ternura y misericordia infinitas, y que desea que todas las personas se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Las lecturas de hoy son particularmente hermosas: nos presentan a un Dios simbolizado en esas fuentes de agua que manan de su templo sagrado. Con esa agua fuimos bautizados, con ella se nos purifica en la confesión y con ella nos alimentamos al recibir a Jesús en la Eucaristía y demás sacramentos. Son aguas que fluyen y sanan a quienes se abren a la gracia y al amor de Dios; aguas que curan el alma y renuevan el corazón. Provienen de la infinita misericordia de Dios que se desborda de amor por nosotros.
San Pablo nos recuerda que Jesucristo es el cimiento fundamental de nuestra Iglesia y que, al comulgar, nuestro propio cuerpo se convierte en templo suyo.
En el Evangelio vemos a Jesús molesto, como pocas veces, porque habían convertido el templo en un lugar de comercio más que de culto. Él desea derramar sus gracias, pero se duele al ver cómo, por nuestra obsesión con los bienes terrenos, olvidamos el valor precioso de los dones celestiales y eternos.
Leamos las Sagradas Escrituras, que desde los inicios de la humanidad nos muestran esos ríos de agua viva que lo transforman todo, especialmente revitalizando el corazón humano. Jesucristo, mediante la acción de su Espíritu Santo, es la fuente de donde mana esa agua purificadora, que se hace una con nosotros en los Sacramentos y regenera nuestros corazones.
Dejémonos empapar por esos ríos de agua viva que el Señor nos ofrece cada día para nuestra purificación, redención, salvación y felicidad eterna.
*Ez 47, 1-2.8-9.12; Sal 45; Cor 3, 9c-11.16-17; Jn 2, 13-22.
**Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.