Es urgente reevaluar el futuro de las ciudades con responsabilidad y compromiso. A propósito del foro mundial sobre el tema ocurrido en Bogotá, al cual fueron invitados expertos de todo el mundo, vale la pena detenernos en el tema.
Qué oportuno resulta reflexionar, cuando observamos en Colombia el crecimiento desbordado de las principales urbes en medio del caos y la anarquía, y de la carencia casi absoluta de planeación de largo plazo. Selvas de cemento de donde surgen unas vías atiborradas de vehículos y en donde la gente hace lo que quiere con el espacio público, sin Dios ni ley.
La administración de una ciudad requiere de un concierto de opiniones que involucren todos los sectores citadinos, para que las obras se puedan proyectar de acuerdo con un espectro de necesidades que deben ser además priorizadas y colocadas dentro de una ruta cierta para su materialización, de tal manera que el conjunto de ciudadanos pueda observar con certeza que sus anhelos se cumplen.
Ahora que la campaña electoral aflora en todos los sectores, bueno sería saber qué piensan los aspirantes realmente del futuro de las ciudades grandes de este país, más allá de ser simples administradores o de prometer una que otra obra. Nuestras grandes capitales aparecen hoy con unos problemas muy robustos en movilidad, espacio público, servicios básicos, medioambiente y cultura ciudadana, y ese cúmulo de necesidades no es posible abordarlas con simples promesas salidas del sombrero electoral.
Cuando una ciudad no tiene una hoja de ruta hacia una expectativa de por lo menos 30 años, siempre vamos a tener el mismo escenario, unos gobernantes que hacen el remedo de gobernar en medio del caos. La responsabilidad indica que hay que invertir en planeación de largo plazo, no solo para identificar los problemas, sino para diseñar las soluciones.
Los grandes líderes urbanos del mundo reunidos en Bogotá han dicho con toda claridad que las ciudades tienen que proyectarse como conglomerados inteligentes, sostenibles, inclusivos y resilientes, centrados en las personas. De acuerdo con esto, la torpeza, la desidia, la corta visión y el criterio excluyente tienen que desaparecer de quienes pretendan ser administradores.
Cartagena, valga decirlo, tiene en estos momentos un excelente alcalde, que ha obrado con sorprendente dinamismo frente a las grandes necesidades de la ciudad y lo vemos trabajando en muchos frentes de transformación, que sin duda dejarán una huella significativa. Ojalá la proyección de su obra sea posible dentro de un esquema de comprensión desde el centralismo reinante.

