El deterioro ambiental no es solo una crisis ecológica. Es también resultado de la expresión de la violencia histórica que ha atravesado a muchas comunidades, particularmente en Colombia y América Latina.
La explotación indiscriminada de los territorios, el desplazamiento forzado, la contaminación de ríos y suelos, y la pérdida de biodiversidad han sido parte de un modelo de desarrollo que ha ignorado los derechos de las poblaciones más vulnerables.
En este contexto, la resiliencia comunitaria se convierte en una forma de resistencia y reconstrucción.
Desde la psicología comunitaria, la resiliencia no se entiende como una adaptación pasiva, sino como un proceso activo de agencia colectiva. Las comunidades, a través de sus saberes ancestrales, sus redes de apoyo y su memoria histórica, desarrollan estrategias para enfrentar los impactos ambientales y sociales. La recursividad -esa capacidad de crear soluciones con lo que se tiene- es una herramienta poderosa que permite transformar la escasez en innovación y la adversidad en acción.
Sin embargo, para que esta resiliencia sea sostenible, debe estar acompañada por procesos que promuevan la equidad y la justicia social. No basta con que las comunidades se adapten; también es necesario que tengan acceso a recursos, participación en los procesos de toma de decisiones y reconocimiento de sus derechos territoriales. La resiliencia sin justicia puede convertirse en una carga injusta para quienes han sido históricamente marginados.
Los profesionales que trabajan en estos territorios tienen el reto de facilitar herramientas que fortalezcan la autonomía comunitaria. El mapeo de activos comunitarios, los círculos de diálogo, las narrativas colectivas y los procesos de formación crítica son algunas estrategias que permiten a las comunidades reconocerse como sujetas políticas, capaces de transformar su entorno.
La psicología comunitaria ofrece un marco teórico y ético para acompañar estos procesos, reconociendo que la salud del territorio está profundamente ligada a la salud emocional, cultural y política de quienes lo habitan. Cultivar resiliencia implica también sanar las heridas del pasado, reconstruir el tejido social y proyectar futuros posibles con dignidad.
En este camino, la resiliencia se convierte en esperanza activa, en justicia restaurativa, y en la posibilidad de vivir en armonía con la tierra y con la historia.
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