Muchos presidentes han sido verdaderos líderes universales, por ejemplo, Nelson Mandela, pero antes de proyectarse al mundo forjaron cambios estructurales en sus propios países. En reiteradas ocasiones, el señor presidente ha manifestado una genuina consideración con los niños de Gaza.
Acto loable, pero, ¿y los de aquí? La caridad bien entendida empieza por casa: primero lidere su propio país; si las cosas aquí están mal, no hay derecho moral a hablar de niños abandonados o mutilados en otra tierra cuando en la suya la crisis es igual de grave y desatendida. Según un estudio de la Asociación de Bancos de Alimentos de Colombia (Abaco, 2025), en el país más de 392.000 niños menores de cinco años sufren desnutrición crónica.
Este panorama es preocupante y exacerbado en algunas zonas. La Contraloría (2025) develó que la desnutrición infantil indígena triplica la media nacional, especialmente en los departamentos del sur, y de acuerdo con la Defensoría del Pueblo y Abaco (2024), más de 1.700 niños han muerto por desnutrición entre 2017 y 2023. Sin duda tenemos un Gaza local, con miles de niños y niñas víctimas de la indiferencia estatal, muriendo de hambre mientras el Gobierno mira hacia otro lado.
Para exacerbar la situación, miles de niños amazónicos no solo pasan hambre: también están siendo envenenados. La minería de oro y la deforestación liberan mercurio que llega a los ríos, allí es concentrado en los peces y, por la dieta, atraviesa la placenta y envenena al feto.
Luego del nacimiento, aún sin consumir pescado, los lactantes siguen recibiendo la contaminación a través de la leche materna. Trabajos realizados por la Universidad de Cartagena y la sociedad civil han mostrado que la exposición es alta en varios resguardos, a niveles que causan daño neurológico, comprometiendo el aprendizaje y la atención. En síntesis, el mercurio los mutila intelectualmente.
Señor presidente: Gaza también está aquí. Antes de clamar por los niños de tierras ajenas, mire a los suyos. Lidere el reemplazo de la minería por turismo científico, impulse el biocomercio sostenible, masifique la investigación de la biodiversidad amazónica y cubra las necesidades básicas insatisfechas, hoy ignoradas.
Cuando salve a los niños de la Amazonía, que nacen desnutridos y crecen con el cerebro envenenado, entonces sí, tendrá la autoridad moral para hablar de salvar a los niños del mundo.
