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Columna

El fanatismo es cosa de carácter

“Lo que abunda hoy son los fanáticos. Personas convencidas completa y absolutamente de la verdad que sostienen…”.

Alfredo Ramírez Nárdiz

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Cada día soy más de la opinión que ser un fanático es cuestión de carácter. Es decir, hay gente que de fábrica viene con buen carácter y hay gente que de fábrica viene hecho un energúmeno. Quizá sean las hormonas, quizá los genes, quizá la educación. No lo sé. Pero hay personas que pueden ser de izquierdas o de derechas, cristianos o ateos, del Madrid o del Barcelona, da igual, porque son gente tranquila, moderada y nunca se tendrá problemas para debatir, discrepar y después poder seguir manteniendo una buena relación personal con ellos. Son personas calmadas que distinguen perfectamente la persona de sus ideas y que, como dijo Schumpeter, defienden sus puntos de vista con energía, pero siempre abiertos a la posibilidad de que les demuestren que están equivocados. Esa gente es la que llamamos tolerante, pluralista o, simplemente, normal.

Cada vez son menos. Lo que abunda hoy son los fanáticos. Personas convencidas completa y absolutamente de la verdad que sostienen. Ni se les pasa por la cabeza estar equivocados. Ni por asomo conciben cambiar de opinión. Ven a los discrepantes no como gente igual de decente que ellos, pero con otras ideas, sino como malvados, pecadores, monstruos que desean el mal y que quieren destruir la sociedad o el mundo. Si no consideras que lo de Palestina es un genocidio, eres un criminal. Si no estás de acuerdo con las medidas para frenar el cambio climático, eres un desalmado. Si no apoyas todas y cada una de las decisiones tomadas a favor del feminismo, o de esta o aquella minoría, eres un opresor. En definitiva, si no piensas como yo eres malo. Y no se te puede tolerar. Y se te debería expulsar o, mejor, exterminar. Y, si no se puede hacer eso, al menos se te debe cancelar.

El fanático ayer lo era religioso y hoy lo es político. Pero estoy bastante seguro de que quien en el pasado lo era en nombre de Dios, hoy lo es en nombre de una ideología. Porque el fanático necesita ser fanático, necesita tener las ideas claras, sólidas, inamovibles. Eso le da sentido y estabilidad a su vida. El fanatismo llena el vacío interior que dejaría la duda y el no estar seguro de las cosas. No digo que el fanático tenga un retraso o que su mente no dé para más, pero sí que afirmo que el fanático no es el lápiz más afilado de la caja. Por eso es tan peligroso. Porque como ser un fanático es algo tan enraizado en él, es casi imposible razonar con un fanático. Sólo se puede rezar porque no sean mayoría.

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