Los avances de la tecnologías aplicadas al sistema financiero representan indiscutiblemente una nueva era en la realización de transacciones que elimina trámites, cogestiones y, por más complejas que sean, se pueden realizar con un simple clic. Pero los riesgos de seguridad para los usuarios del sector también se han modernizado y todos quedan expuestos a perder modestos ahorros o grandes fortunas a la velocidad de un pestañear.
Los robos y fraudes financieros se han sofisticado de tal manera que los ciber-delincuentes parecieran llevar un paso adelante a quienes diseñan e implementan las herramientas que pretenden garantizar seguridad a las operaciones. Según Asobancaria, gremio que agrupa a las entidades del sector, estas invierten 1.7 billones de pesos en ciberseguridad, pero no resulta suficiente para impedir que a través de la virtualidad se esfumen los recursos de sus clientes.
“Sin la participación y prevención decidida de los usuarios financieros será imposible combatir a los delincuentes que, por lo general, siempre van un paso adelante”, dijo recientemente a El Tiempo Jonathan Malagón, presidente del gremio; una respuesta que lleva implícita una lavada de manos con precisión quirúrgica. ¿Si las multimillonarias inversiones y el uso de avanzadas tecnologías por parte de expertos no pueden garantizar la invulnerabilidad del sistema, qué posibilidades reales tiene de hacerlo un cuentahabiente para poder asegurar que sus ahorros e ingresos cotidianos no se esfumen?
También son precisos los bancos, unos más que otros, en endilgar a sus clientes su inobjetable responsabilidad por el fraude, con explicaciones como esta: “…de presentarse usos por parte de terceros, el de cargo del cliente es responder por las consecuencias en las transacciones, ya que es sabido que nadie puede fundar reclamo, demanda, o exigir reparaciones con base en su descuido o culpa o la de sus dependientes o demás personal por cuya conducta está legalmente obligado a responder”.
En 2025 cada segundo se comenten 94 ciberataques al sector financiero, el año pasado fueron 63; cada día se producen 63 suplantaciones y 997 robos de datos. Mientras los bancos se protegen ante ese fenómeno con múltiples aseguradoras y reaseguradoras que les reponen sus pérdidas, la inmensa mayoría de usuarios afectados no tienen otra alternativa que emprender toda suerte de reclamos y denuncias para recuperar lo robado, que pocas veces resultan efectivas.
En algunos casos, queda la opción de solicitar la protección del Defensor del Consumidor Financiero, pero esta figura solamente tiene facultades para emitir conceptos que no necesariamente son vinculantes para las partes, y en virtud de ello algunos bancos deciden ignorarlos.
Un caso reciente ocurrido en Cartagena, conocido por este columnista, da cuenta del saqueo a una cuenta de ahorros en un reconocido banco, sin que su propietario haya cometido, en su opinión, un solo error: no compartió sus claves, nunca abandonó su tarjeta débito, tampoco prestó o perdió su celular, pero sus ahorros fueron a parar mediante transferencia virtual a otra cuenta desconocida, sin notificaciones previas o posteriores de su entidad, pero esta elude cualquier responsabilidad. Tanto el afectado, como quienes conocen los riesgos de la modernidad financiera se preguntan si para garantizar la seguridad de sus ahorros será necesario volver a la vieja estrategia de guardarlos bajo el colchón.
*Escritor y asesor en comunicación política y de gobierno.
