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Columna

La solución: el centro político

“La solución no se hallará en la radicalización de los extremos, sino, como lo muestra la historia, en la moderación del centro político...”.

Yezid Carrillo De La Rosa

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Al Congreso y al próximo presidente de Colombia les corresponderá enfrentar una “policrisis” sin precedentes que no da espera (salud, energía, seguridad, criminalidad, déficit fiscal, corrupción, etc.) y que se ha agravado dada la situación de polarización, radicalización y sobreideologización del Gobierno y de la oposición.

Lo desesperanzador para el potencial elector del 2026 es que el sistema no ofrece una respuesta idónea, pues, por un lado, se enfrenta a una anarquía de candidatos presidenciales que buscan ser avalados por firmas, por microempresas electorales desideologizadas o por partidos tradicionales burocratizados y clientelistas y, por otro lado, advierte que las narrativas más poderosas (gobierno y oposición) sobre-simplifican las soluciones para resolver las problemáticas. Veamos.

La de los opositores (la derecha radical), porque ingenuamente consideran que la solución a los grandes problemas del país se reduce a conformar una gran coalición anti-petrista que derrote al Pacto Histórico y al Frente Amplio en las elecciones del 2026, y la del petrismo (la izquierda radical), porque considera que la respuesta a la “policrisis” es convocar una constituyente que reforme o modifique la actual Constitución -paradójicamente- para aplicarla y llevar a cabo las reformas sociales y superar el bloqueo institucional. Dos posiciones que, sin duda, estimulan el voto emocional para el 2026, pero que no resuelven los problemas, por lo siguiente.

En el caso de la oposición, porque supone un nexo causal equivocado: que el origen de todos los males del país se debe al petrismo, lo cual no es verdad, porque si bien es cierto que el actual gobierno ha agravado y profundizado muchos de los problemas, estos venían de antes; sumado a lo anterior, supone una especie de acto prodigioso, cuasi extraordinario, según el cual, derrotado el petrismo en las urnas, por arte de magia se acaban los problemas, nada más desacertado.

En el caso del petrismo, porque su presuposición no solo es desatinada, sino ingenua. Lo primero, porque parece ilógico sostener que hay que cambiar la Constitución para hacer la efectiva (aplicarla), ¿cómo se aplica una Constitución que ya no existe? Lo segundo, porque supone un acto originario, fundacional, según el cual, las palabras tienen un poder creador, de manera que cambiando el texto constitucional se renueva mágicamente la realidad (fetichismo constitucional) y se resuelven todos los problemas del país.

Dicho lo anterior, habría que señalar que la solución no se hallará en la radicalización de los extremos, sino, como lo muestra la historia, en la moderación del centro político, en la convergencia prudencial de intereses, en la discusión racional y razonable, guiada por la inteligencia social y emocional que permite ser empáticos y compasivos con quienes son diferentes, humanamente diferentes. Solo el centro político puede facilitar un acuerdo que aleje el fantasma del autoritarismo, que garantice la progresividad de los derechos y fortalezca la institucionalidad democrática.

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