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Columna

De una o dos ruedas

“Viendo qué ruedas se destruyen y cuáles son legitimadas, se podría concluir que este poder demuestra su ignorancia hasta en su cosmético populismo oficial…”.

Francisco Lequerica

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Fue en la cultura que gran parte de la diáspora africana invirtió su esfuerzo memorial, según le iban siendo arrebatados otros marcadores de sus identidades ancestrales. En el Caribe, el bullerengue es una de esas expresiones, reconocida además desde agosto pasado como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación gracias a la Ley 2520, que ampara otras formas afrocaribeñas como el mapalé y el son de negros. En Cartagena, estas manifestaciones culturales han sido históricamente objeto de represión y de estigmatizaciones varias, como en el caso del ‘Acuerdo No. 12’ de 1921 —antes expuesto en esta columna—, que prohibía expresamente la cumbia y el mapalé en la ciudad y corregimientos. Pasó el siglo de ese decreto abyecto y racista y, pese a la nueva legislación que empodera y protege a las culturas afrodescendientes, el bullerengue aún se discrimina en la Heroica.

El pasado 24 de octubre, en el Camellón de los Mártires, la Policía disipó una inofensiva rueda de bullerengue conformada por artistas de diversos territorios del Caribe, que salían de participar en la “Noche de Candela y Jolgorio de Tambores”, evento festivo organizado por el IPCC. Según testigos, la fuerza pública hizo gala de comportamientos que deslustran su prestigio institucional, rompiendo la rueda con todo lo que ello conlleva como símbolo; y es que romper la rueda es negar la memoria de un pueblo, lo cual es rasgo fascista. Afirma el artista Alfredo Díaz Mulford, en el portal Raptagenízate, que esta acción policial repite el acto colonialista y se articula con una política cultural de doble moral para “una ciudad partida entre los que miran la cultura desde los balcones y los que la viven en la piel; una élite que celebra el tambor cuando adorna su evento, pero lo calla cuando recuerda de dónde viene”.

También se supo que la Alcaldía inició la construcción de la primera pista de stunt de la ciudad, poco después de un tenso careo entre el edil y este polémico gremio que contribuye al declive de la civilidad ciudadana. Con un par de videos de desenmascarados exhibiendo penurias gramaticales, éticas y argumentativas, lograron que se activaran todos los protocolos distritales, en contraste con la nula respuesta a quienes de larga data clamamos —de modo transparente y articulado— por más y mejores espacios culturales, por nuevos teatros con temporadas públicas, porque no se le dé más la espalda al artista local. Viendo qué ruedas se destruyen y cuáles son legitimadas, se podría concluir que este poder demuestra su ignorancia hasta en su cosmético populismo oficial. ¿Hasta dónde podría rebajarse la cultura sin perder validez? ¿Tocaría cambiar de táctica, enmascararse y formar la de Boyacá en redes, insultar a otro cacique, componer otra sonata armada...? ¿O bastaría con un buen bullerengue?

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