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Columna

La vida no se jubila

“Jubilarse no es el final de nada; es más bien la oportunidad de reinventarse, de aprender, ahora sí, a vivir sin prisa, pero con más sentido”.

VIVIAN ELJAIEK JUAN

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Cuando cumplí 58 años y decidí jubilarme, después de 36 años de trabajo intenso, me encontré ante una pregunta trascendental: ¿qué hacer con todo ese tiempo libre que, por fin, era mío? Durante años soñé con tenerlo, pero cuando llegó, me descubrí desorientada. La rutina que me había acompañado toda una vida se había ido, y con ella, una parte de mi identidad. Entonces entendí que no podía quedarme sin hacer nada, porque el descanso verdadero no consiste en detenerse, sino en cambiar el rumbo. Entonces creé la Fundación Imagina para ofrecer atención gratuita en salud mental a quienes más lo necesitan. Me inscribí en un máster de escritura creativa -una vieja pasión postergada-, me uní a un segundo club de lectura, intensifiqué mi rutina de ejercicio, retomé la edición de mi segundo libro de cocina, me encontré más seguido con mis amigas y, sobre todo, volví a leer y escribir con devoción.

Cada día aprendo algo nuevo: a veces una mirada distinta de la vida, una reflexión de un autor, apreciar el valor de las relaciones humanas, la importancia de decir muchos más “te quiero” y de dar abrazos sin esperar recibirlos. Descubrí que el aprendizaje no tiene edad ni límite, y que esa curiosidad intelectual es la que mantiene despierto mi espíritu. Aprender de la vida me ha devuelto la energía, el propósito, la alegría de los comienzos. Ya no estudio por obligación, sino por el puro placer de expandir la mente y sentir que aún tengo mucho por descubrir.

Mantengo presente una frase de Mahatma Gandhi: “Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir para siempre”. Aprender cada día es una manera de decirle al mundo: “Sigo aquí, curiosa, viva, dispuesta a empezar de nuevo”.

El ser humano es un animal de costumbre, pero también es el único capaz de transformarse, de reinventarse, de aprender cada día algo nuevo para intentar ser mejor. En estos tiempos, las personas jubiladas tienen una actitud mucho más vital que en el pasado, cuando se pensaba que su papel era simplemente esperar el paso del tiempo desde un sillón, siguiendo el tic tac del reloj. Hoy, los 60 y 70 son los nuevos 50: una etapa aún productiva, llena de vitalidad y de sueños por cumplir.

La vida ofrece segundas oportunidades para descubrir el mundo y disfrutar de las pequeñas cosas que antes la prisa no permitía. Tenemos el ejemplo de Teresita Gómez, pianista colombiana que, a sus 80 años, sigue siendo una leyenda del piano clásico en el país. Ni su origen afrocolombiano ni su condición de hija adoptiva fueron límites para abrir paso y romper barreras en una sociedad marcada por los prejuicios.

Jubilarse no es el final de nada; es más bien la oportunidad de reinventarse, de aprender, ahora sí, a vivir sin prisa, pero con más sentido.

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