Hace unos días en la Ceremonia de Distinciones Estudiantiles en la Universidad Tecnológica de Bolívar, David Martínez Pérez, quien obtuvo el cuarto mejor puntaje global de la UTB en las pruebas Saber Pro, pronunció un discurso que trascendió por su sinceridad. Con emoción y lucidez, recordó que la inteligencia artificial puede redactar un texto impecable, pero no puede hacerlo con alma.
Sus palabras invitan a reflexionar sobre uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo. La inteligencia artificial avanza con fuerza, transformando la manera en que producimos, aprendemos y creamos. Analiza datos, escribe, programa, predice y optimiza. Es una aliada extraordinaria de la productividad, siempre que sepamos ponerla a nuestro servicio y no al revés. Su valor no radica en reemplazarnos, sino en potenciarnos; en ayudarnos a ser más eficientes sin despojarnos de la sensibilidad que nos define.
Porque, en realidad, la IA no sustituye la mente humana: la amplifica. Nos ayuda a comprender lo complejo, a conectar información dispersa, a tomar decisiones con mayor soporte y precisión. Nos libera de tareas repetitivas para permitirnos pensar con mayor profundidad y crear con más libertad. Pero ninguna máquina puede sentir orgullo, empatía o esperanza. Ningún algoritmo puede definir el propósito que orienta nuestras acciones ni las relaciones que nos sostienen. En resumen, ninguna máquina tiene las competencias más importantes y, a la vez, más difíciles de desarrollar: las competencias del ser.
El reto, entonces, no es competir con la inteligencia artificial, sino humanizarla. Darle propósito, sentido y límites éticos. Lograr que la tecnología amplifique nuestras capacidades sin borrar nuestra esencia. Esa es la frontera que debe guiar nuestra realidad actual: una colaboración inteligente entre personas y máquinas, donde la creatividad, la sensibilidad y la responsabilidad sigan siendo humanas.
Las universidades tenemos la tarea de formar profesionales capaces de usar la tecnología con sentido, que comprendan su potencial transformador sin perder de vista su impacto humano. De integrar el conocimiento técnico con el pensamiento crítico, la emoción con la ética, la innovación con el compromiso social. Diferentes informes internacionales, como los del Foro Económico Mundial, coinciden en que las habilidades más demandadas en la era de la IA serán el pensamiento crítico, la empatía y la adaptabilidad: precisamente las que nos hacen humanos.
La intervención de David nos devuelve una certeza: el progreso no depende de las máquinas que creamos, sino de las decisiones que tomamos. Y es ahí donde radica la verdadera inteligencia: en la conciencia que guía el conocimiento, en la capacidad de servir con propósito y en la convicción de que toda innovación debe tener rostro humano.
Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB ni a sus directivos.

