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Columna

La alegría evangélica

“La resurrección de Jesucristo cura una de las enfermedades de nuestro tiempo: la tristeza...”.

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

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La fuente de la alegría evangélica surge de la confianza en Dios como nuestro padre y generador de todo bien, bondad, belleza y amor; en la confianza en su Divina Providencia, en su poder redentor mediante Jesucristo y en su acción santificadora por la acción del Espíritu Santo en nuestras almas. Nace de vivir bajo la luz de la esperanza, afrontando las realidades cotidianas con visión de eternidad.

La alegría evangélica nos permite disfrutar los bienes que el mundo ofrece, siempre que lo hagamos ordenados a las leyes de Dios. También, nos concede experimentar su amor aun en medio de circunstancias difíciles como enfermedades, pérdidas o problemas de diversa índole, pues Él nos consuela en lo más profundo del corazón y nos muestra la perspectiva trascendente de toda situación. Él nos pide que nos unamos a la cruz de Cristo, trabajemos en lo que dependa de nosotros y aceptemos con paz lo que no podemos cambiar.

En la catequesis de esta semana, el papa León XIV habló sobre cómo la resurrección de Jesucristo cura una de las enfermedades de nuestro tiempo: la tristeza. Dijo: “La resurrección fue una explosión de vida y alegría que cambió el sentido de toda la realidad, de negativo a positivo”.

Cuando crucifican y sepultan a Jesús, los discípulos entran en un estado de tristeza; sienten derrotadas sus esperanzas; así somos nosotros cuando fundamos nuestra vida únicamente en las cosas terrenas y enfrentamos dificultades. Pero, al ser testigos de la resurrección de Cristo, se renueva en ellos la alegría: empiezan a comprender todas las realidades de la vida a la luz de la eternidad. Lo mismo sucede con nosotros cuando nuestra vida se fundamenta en la esperanza que Dios nos regala de participar de su vida inmortal, si nos unimos a Él.

Los frutos del Espíritu Santo tienen su centro en la caridad y son fuente de alegría; se retroalimentan unos a otros. En la medida en que actuamos con paz, mansedumbre o cualquiera de los otros frutos del Espíritu, la alegría se multiplica.

Por el contrario, si caemos en el pecado, perdemos la gracia y nos cerramos a los dones y frutos del Espíritu; de allí brota muchas veces la tristeza. Afortunadamente, mientras tengamos vida, podemos regresar a Dios, con un corazón humilde, pedirle perdón y así aprovechar todos los dones que nos ofrece con su presencia en los Sacramentos, en su Palabra y en el servicio a los demás.

La verdadera alegría nace del encuentro con Cristo resucitado, que renueva la esperanza y llena el alma de paz. Cuando dejamos que su amor nos transforme, todo adquiere sentido, incluso el dolor. Vivir con alegría evangélica es creer que, más allá de las dificultades y problemas, siempre brilla la luz del amor de Dios que nos sostiene y conduce a la plenitud.

*Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.

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