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Columna

Lo demás es relleno

“Una novela, sinfonía, o toda forma que requiera atención minuciosa y prolongada, es cada vez más difícil de asimilar para un público distraído...”.

Francisco Lequerica

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En columna anterior, fue cuestión de la ubicuidad de la 5a Sinfonía de Beethoven en la programación de conciertos. Uno de los espacios en que se ha manifestado con frecuencia la obra del genio de Bonn es la popular y longeva serie animada ‘Los Simpson’. En una escena de esta serie, parte de su decimosexta temporada, los protagonistas asisten a un concierto sinfónico en el que -previsiblemente- la orquesta ataca el riff más poderoso de todos los tiempos. Tras exponerse el motivo inicial, que hoy silba hasta quien no ha escuchado a Beethoven, el público se alza unánime y se dirige multitudinariamente hacia la salida. El director de la orquesta arguye que “la sinfonía solo acaba de empezar”, a lo que Wiggum responde que, ya oído el ‘ta-ta-ta-tááá’, “todo lo demás es relleno”. Son inútiles las súplicas de Lisa y Marge: el auditorio se vacía en un santiamén. Tan caricaturesca situación no está exenta de verdad, como lo delata el protocolo mundial de colocar cualquier estreno u obra reciente únicamente al inicio de un programa debidamente anclado en la oreja popular y sin riesgos de escucha, favoreciendo que el público permanezca en sala para todo el concierto y que no se ausente a la mitad por la obra más difícil.

Las orquestas sinfónicas casi no interpretan música contemporánea, salvo al inicio de un concierto en que predomine lo asimilado. En una de sus clases magistrales a las que asistí, el compositor serialista canadiense François Morel mostró el análisis de su obra más reciente: un complejo fresco titulado ‘Passage à l’aube’. Morel lamentaba que la Sinfónica de Montreal solo le encargase en promedio una obra cada 20 años, exigiendo una duración inferior a los 10 minutos. Al recibir este encargo por sus 80 años de vida, el maestro decidió desafiar las condiciones, imponiendo una obra de técnica límpida y consecuente, aunque larga del doble de lo acordado. Lo que Morel soñó como desquite creativo acabó restándole público al concierto: los estudiantes, sentados en el gallinero, presenciamos la triste escena del éxodo masivo. Poco importaron las garantías, impresas en programas de mano, de que el resto del concierto honraría todos los gustos: no hubo ni dos minutos de paciencia. Como con tantos otros temas, Adorno y los Simpson ya lo vaticinaron.

¿Dónde yace el punto medio entre un compositor que ignora la oreja de su público y otro que se conforma al desinformado gusto general hasta anular su función creativa? Habiendo disminuido el lapso y la calidad de la atención humana, ya no priman formas con mayor desarrollo o expansión que lo que dura un reel.

Una novela, una sinfonía, o toda forma que requiera atención minuciosa y prolongada, es cada vez más difícil de asimilar para un público distraído en un nicho tan breve que solo lo pueden poblar nimiedades.

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