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Columna

El Guache

“Sin ayuda norteamericana, la carga que le impondrán a la Policía y al resto de Fuerzas Armadas la mediremos en número de cadáveres y lisiados”.

Christian Ayola

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En el hall del Museo de la Policía Nacional de Colombia encontramos una imponente estatua erigida en honor al Guache: un indio gigantón y musculoso, adornado con alhajas de oro que le ofrecían sus protegidos.

Originalmente, entre los muiscas que habitaban el altiplano cundiboyacense, ‘Guache’ designaba al guerrero encargado de la defensa del territorio, el orden y la convivencia. Con el paso del tiempo, los españoles, para desprestigiarlos, utilizaron el término de forma despectiva, aludiendo a alguien tosco, descortés o sin modales; justo lo opuesto a la dignidad y el valor que encarnaban los antiguos Guaches.

Hoy, algunos guaches disparan flechas untadas de estiércol contra nuestros policías y asumen, justamente, el título que les indilgaron los españoles. No podemos desconocer la presencia de guaches detrás de la convocatoria de estas marchas, supuestamente para defender reformas que, a pesar del reguero de mermelada, no han pasado en el Congreso. Reformas que, además, no se alinean con las necesidades de los indígenas ni con los intereses mayoritarios de los ciudadanos.

Ante la ‘guachafita’ contra la infraestructura urbana, aparece un verdadero Guache: el concejal de Medellín que, armado de un bate de béisbol, pretendía defender su ciudad. Algunos pusieron el grito en el cielo, invocando nuestra Constitución, que ha investido a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional para el cumplimiento de ese deber; pero no dicen nada respecto a que cada indio porte un bastón similar.

Un indígena es un ciudadano colombiano y debe ajustarse a las normas; no puede ir por ahí portando un bastón, porque los demás ciudadanos tendríamos el mismo derecho. Mientras seamos permisivos con el ‘bastón ceremonial’ indígena -que en realidad no lo es, pues si lo fuera solo lo portaría el cacique-, al Guache espontáneo no tenemos nada que reclamarle.

Esperemos que nuestro guachecito no siga importunando a Mr. Trump, porque podría recibir otra ‘trumpada’ y mandarnos definitivamente a la lona, imponiendo aranceles que arruinarían aún más la economía del país y generando una tasa de desempleo tan grande que ni el DANE podría maquillar. Por ahora, Mr. Donald le ha cambiado el calificativo por el de “terrorista”, comparándolo con Maduro.

Esas guachadas insolentes nos costarán caro a los colombianos. No sabemos si son a propósito y calculadas, porque quien entiende de política internacional sabe, a ciencia cierta, cuáles son las consecuencias esperadas de las mismas y que, finalmente, impactarán en la capacidad operativa de nuestras Fuerzas Armadas; especialmente en la función de la Policía Nacional en el control del narcotráfico, así como en la contención de la subversión y la criminalidad.

Sin ayuda norteamericana, la carga que le impondrán a la Policía y al resto de Fuerzas Armadas la mediremos en número de cadáveres y lisiados.

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