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Columna

‘Si…’

“El poema tiene actualidad y vigencia, hoy más que nunca, por todo lo bueno que la humanidad perdió y que puede volver a ser”.

CARMELO DUEÑAS CASTELL

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Sinsabores económicos no alcanzaron a empañar su reciente matrimonio. Por ello se apartó del mundanal ruido con su esposa embarazada, en una hermosa cabaña en un recóndito pueblecito de Vermont. “La cabaña de la dicha”, la proclamó. La historia dice que allí nacieron varias de sus obras maestras y dos de sus hijas. Allí escribió uno de los mejores poemas que en el mundo han sido y serán, y que lleva por título el mismo de esta columna.

El tiempo y la distancia han querido tender sobre este poema un velo de misterio y perfección, escondiendo verdades que podrían ser incomodas. Por ello se ha dicho que es un consejo a su hijo. La dura realidad es que fue escrito en homenaje a Leander Starr Jameson, un inglés en la Guerra de los Bóers, quien fracasó estruendosamente, pero con el tiempo se convirtió en héroe nacional. La razón no le resta méritos, profundidad ni mucho menos sentido o trascendencia.

Para mi padre siempre fue Neruda y su intención de “escribir los versos más tristes esta noche”. Para mi madre era su “todos los hombres vuelven a ser hermanos”, en la Oda a la Alegría. Para mí es el simple “Si...” de Kipling, independiente de que haya sido concebido como guía espiritual para los británicos.

El poema prohíja el autocontrol y la resiliencia como pilares fundamentales. Pretende que el ser humano, enfrentado a cualquier problema, por más grave que sea, esgrima la máxima expresión de humanidad y lo afronte con la convicción de vencerlo, pero al mismo tiempo con la capacidad de aceptar la derrota y aprender de ella. En paralelo anima al lector a caminar en la vida con humildad y fortaleza, a soñar y a liderar mientras adquiere la madurez y sabiduría necesarias para ser un buen ser humano.

El poema tiene actualidad y vigencia, hoy más que nunca, por todo lo bueno que la humanidad perdió y que puede volver a ser. Pero también sirve para evidenciar las grandes catástrofes que afrontamos pueblos y naciones cuando elegimos gobernantes incapaces de “mantener la cabeza en su sitio”, impacientes ante la adversidad, mercachifles del engaño, aspersores de odio, destructores de sueños y futuro, ineptos para pensar en algo diferente a sus oscuros objetivos, sordos ante la verdad, engañados a sabiendas por los necios de sus áulicos mientras destruyen todo lo que otros, mal que bien, han construido; en simultánea, su voluble verborrea separa, disgrega y arrasa sin virtud alguna.

Claro, para estos mequetrefes el poema debería terminar con un contundente ‘¡No!’ en vez del hermoso colofón de Kipling: “Si puedes llenar el implacable minuto, con sesenta segundos de diligente labor, tuya es la tierra y todo lo que hay en ella, y -lo que es más- ¡serás un hombre, hijo mío!”.

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