Recuerdo que hace muchos años, en los barrios de Cartagena era común que los pelaos que se tenían rasquiña terminaran dándose trompadas. Sin embargo, existía una práctica curiosa y más “civilizada” para canalizar esos problemas.
Si en el barrio alguien tenía unos guantes de boxeo y dos jóvenes andaban peleados, se organizaba un pequeño combate amistoso. Con los guantes puestos se permitían algunos golpes fuertes, siempre bajo supervisión. Tras unos minutos, se daba por terminado el duelo y venía el ritual de la paz, ya que los contrincantes se quitaban los guantes, compartían una gaseosa con pan y en minutos volvían a reír juntos.
Visto con ojos de hoy, suena contradictorio promover una pelea, así sea controlada, para resolver problemas. En estos tiempos eso sería problemático porque la violencia física está mal vista, pero en aquel entonces estos combates con guantes funcionaban como válvula de escape. Cada golpe liberaba un poco de rabia acumulada, al final, más que magulladuras, quedaba un gran desahogo.
Y repito, por supuesto que hoy no vamos a solucionar agravios a puñetazos, pues vivimos en una época que pregona la no violencia, aunque paradójicamente abunda el odio latente. La cosquilla o rasquiñita entre la gente sigue existiendo, pues son habituales los resentimientos, envidias, molestias que se acumulan, en fin, el caso es que muchos llevan gérmenes de odio sin saber cómo expulsarlos.
No hablo de irse a golpes, sino de enfrentar las diferencias de manera constructiva. Ponerse los guantes, en sentido figurado, significa sentarse a dialogar con franqueza y expresar lo que se siente, soltando todo lo atragantado. Se trata de abrir una válvula de escape emocional, donde las personas puedan desahogarse para que, después de ese “combate” verbal, ambas partes puedan darse la mano, o quien quita, hasta compartir simbólicamente una gaseosa con pan reconciliador. Lo ideal sería no acumular rencores y que nada nos afecte tanto. En un mundo perfecto nos resbalaría la mala actitud ajena y cada quien manejaría su propio enojo. Si alguien nos tiene rabia, lo mejor sería dejarlo enredarse solo en su odio, sin cargarnos ese veneno; pero la realidad dista del ideal. Los conflictos son pan de cada día, desde riñas entre vecinos hasta disputas entre naciones, pasando por polarizaciones políticas o choques entre géneros.
Rescatemos algo de aquella sabiduría popular y encontremos una forma de soltar la tensión antes de que el rencor nos consuma. Usemos los guantes, no para volver a los puños, sino para hallar esa catarsis que permita limar asperezas y seguir adelante. Y tú ¿con quién te pondrías los guantes?

