El panorama político colombiano actual se caracteriza por una tensión permanente entre la necesidad de reformas estructurales y la desconfianza ciudadana hacia las instituciones. Vivimos en un sistema democrático que, aunque formalmente robusto, muestra signos de agotamiento en su legitimidad. El Congreso se percibe como un escenario fragmentado y poco eficaz, la rama ejecutiva enfrenta la presión de grupos de interés divergentes, y el poder judicial se ve cuestionado tanto por sus dilaciones como por su aparente selectividad.
A esta crisis de representación se suma la persistencia de factores estructurales: la violencia asociada al narcotráfico y a grupos armados ilegales, la desigualdad socioeconómica, la debilidad en la implementación de políticas públicas y una economía que depende de la exportación de materias primas, vulnerable a choques internacionales. Todo ello ha alimentado un sentimiento de frustración ciudadana que se traduce en un clamor cada vez más fuerte por “orden”, “disciplina” y “eficacia estatal”.
Es en este contexto donde cabe plantear una hipótesis, una posible solución de un viraje hacia un modelo de inspiración nacionalista. Aunque la carga histórica de este término lo hace inmediatamente problemático, el análisis académico permite entender por qué ciertas nociones asociadas a esa corriente de unidad nacional, centralización del poder, subordinación de lo individual a lo colectivo, pueden aparecer atractivas en escenarios de crisis.
El atractivo del orden frente a la fragmentación
Uno de los problemas centrales de la política colombiana es la hiperfragmentación partidista. Con decenas de colectividades que responden más a intereses clientelistas que a programas ideológicos sólidos, la gobernabilidad se convierte en un ejercicio de negociación permanente, muchas veces improductivo.
En contraste, un modelo de corte nacionalista supondría la consolidación de un proyecto político unificado, en el que la diversidad partidista se subsume bajo una narrativa nacional. Esto, en teoría, ofrecería eficiencia legislativa, claridad en los objetivos de Estado y mayor cohesión en la formulación de políticas públicas. La idea de un “proyecto común de nación” podría cautivar a sectores que hoy perciben la democracia como un espacio de pugna estéril.
Otro de los frentes donde el nacionalismo plantea soluciones hipotéticas es la economía. En un país donde el mercado se encuentra profundamente influenciado por la ilegalidad; el narcotráfico, la minería no regulada, el contrabando. Y donde la corrupción erosiona la confianza en el sector privado y en el Estado, un modelo de economía dirigida podría prometer transparencia, control y resultados visibles.
En este esquema, el Estado asumiría un rol central en la planificación, fijando prioridades productivas, regulando de manera estricta la distribución de recursos y sancionando con contundencia las desviaciones. Desde una perspectiva académica, la disciplina social que acompaña a este modelo podría reducir la informalidad, generar cohesión en torno a metas nacionales y fortalecer una identidad laboral y productiva compartida.
Debemos recordar que la pluralidad cultural, étnica y política de Colombia es una de sus mayores riquezas, pero también un factor que dificulta la consolidación de un proyecto unificado. El nacionalismo, en su lógica interna, busca homogenizar la identidad nacional, exaltando símbolos, valores y mitos fundacionales que cohesionen al cuerpo social.
En un país marcado por la polarización; izquierda vs. derecha, campo vs. ciudad, élites vs. Periferias. La promesa de una identidad única podría sonar como la solución al desgaste constante del debate democrático. Se trataría de reconfigurar la idea de ciudadanía no como suma de diferencias, sino como expresión de una totalidad indivisible.
Claro que todo esto conlleva grandes riesgos y problemáticas. Pero vale la pena preguntarse: ¿Son estos, los cambios que necesitamos?. Personalmente, creo firmemente que sí… Hay riesgos que vale la pena tomar!
Extiendo una cordial invitación a los lectores para seguir con atención mis columnas, concebidas como un espacio de reflexión política seria y fundamentada. En cada entrega busco aportar elementos de análisis que permitan comprender con mayor profundidad la dinámica social, jurídica y económica de nuestro entorno, invitando siempre a la formación de un criterio sólido y argumentado. Desde esta perspectiva, convoco a que la lectura no sea solo informativa, sino también un ejercicio de pensamiento crítico, orientado a reafirmar principios y convicciones, siempre desde la claridad y educación que otorga sentarse única y firmemente a la derecha.