Al pasar por Manga esta tarde, me llené de nostalgia. Iba al ICA, ahora en la avenida Jiménez. Entrando por la segunda avenida, recordé el primer “Patial”, a todos los vecinos y aquel ambiente amigable e integrador que hizo tan especiales los tiempos de nuestra juventud.
Un cúmulo de recuerdos agitaron mi mente. Música, bailes, reinas y fiestas que por muchos años nos llenaron de alegría. Ahora, sufrimos frente a la arquitectura moderna que se robó hasta el cielo en el afán de hacer torres por las nubes.
Estos nuevos edificios perturban cualquier vieja reflexión. Solo las centenarias bongas de Toño Víctor Araújo, como huellas de la naturaleza, permanecen intactas. Parecen una escultura prehistórica que se aferra con sus gigantes patas en el piso. La vieja carretera que construyó allí don Roberto Cavelier, con cemento indestructible, ha resistido el paso del tiempo. Antes rodaban las carrozas para las reinas, la carreta de “burras” y los raspaos de “Avianca”. Ahora, pasan camiones y equipos pesados que, a pesar de su tamaño, no la han podido vencer.
El colegio Eucarístico, con su antiguo aroma y sus colores de monasterio, mostraba la lúgubre puerta por donde salía la madre Armengol, que, como la bruja de Pontezuela, me asustaba al llegar al colegio. Es algo que vencí con la ayuda de Rosario Palacio Méndez y mi hermana Mary.
En medio de tan buenas muestras de la grandeza humana, mi tía Luz María Covo y sus hijas, Tera y Carmen, nos compraban los panderitos que hacía Graciela Morales, tía de nuestros amigos Emigdio, Jairo y Gustavo Morales. Panderitos conservados en tarrones de vidrios que Graciela y su hija Eunices nos guardaban. Un tráfico pesado y cansón demoraba nuestra llegada al ICA. Por suerte, allí estaba su director, Eduardo Amarís, que atendía a Alejandro Martínez Morad, hijo de Gustavo Martínez y Pilar Morad y sobrino del famoso “Chicle ‘e Bomba”.
Pronto vendrá Gabriel, el hijo del Chicle, juntos vamos a recorrer el barrio. Me prometió traer una foto de Enrique Púa frente la iglesia de Manga. Púa, poseedor de una hernia en los escrotos que por su descomunal tamaño tuvieron notoriedad. No faltaba a los sepelios y daba pésames incómodos e inesperados a los dolientes. ¿Bueno, y este quién es?, expresó una vez encopetada dama del barrio al fallecer su ilustre marido. Víctor Nates decía: “Mírenlo, derramando lágrimas y paseando sus aguacates XXL con desparpajo”. Mucho tráfico hoy en Manga. Espero llegar temprano al Club de Pesca. ¡Uff! Vamos a celebrar el Nobel de Paz otorgado a María Corina y los acuerdos de paz entre Israel y Hamás.
Este paso por Manga, a pesar del desesperante tráfico, me trae amables recuerdos.