El 6 de octubre, la Universidad de Cartagena no solo celebró un aniversario más, sino que conmemoró 198 años de historia ininterrumpida, y lo hizo desde la cúspide del reconocimiento nacional. La reciente noticia que nos posiciona entre las cinco mejores universidades públicas de Colombia no es un logro fortuito, sino la consecuencia visible de un proyecto institucional serio, sostenido y visionario. En un momento en que la educación pública enfrenta tantos desafíos, este hito, en el umbral de nuestro bicentenario, es un motivo de inmenso orgullo para toda la comunidad udeceista y para la región Caribe.
Este éxito es el reflejo de una administración comprometida, liderada por una rectoría que ha sabido conjugar la defensa de la autonomía universitaria con una gestión enfocada en la calidad académica, el fortalecimiento de la investigación y la pertinencia social. Elevar a nuestra alma mater a este nivel de excelencia demuestra que, con liderazgo y un propósito claro, las instituciones públicas no solo pueden competir, sino liderar la producción de conocimiento y la formación de profesionales íntegros en el país.
En el corazón de este renacimiento académico late con especial fuerza nuestra Facultad de Derecho y Ciencias Políticas. Más que una unidad académica, este claustro ha sido, por generaciones, un faro de pensamiento crítico y un pilar en la construcción jurídica y democrática de la nación. De sus aulas han egresado juristas, líderes y servidores públicos que han moldeado el devenir de nuestra sociedad. Su trascendencia no reside únicamente en su rica historia, sino en su capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos, fomentando un derecho conectado con la realidad social, la defensa de los derechos humanos y los desafíos de un mundo globalizado.
Y esa trascendencia no es una pieza de museo; se renueva cada día en el rigor de los debates, en la curiosidad intelectual y en la vocación de servicio de nuestros estudiantes. Ver en ellos la herencia de una tradición jurídica de excelencia y, a la vez, la promesa de una nueva generación de profesionales comprometidos con la justicia y la equidad, es la mayor satisfacción para quienes ejercemos la docencia. Son ellos, con su talento y su esfuerzo, el presente vibrante y el futuro garantizado de nuestra facultad y de nuestra universidad.
Este legado de casi dos siglos está ahora en sus manos. Por ello, a cada estudiante, de cada facultad, esta es una invitación contundente: abracen este logro no como un destino final, sino como el punto de partida de un nuevo capítulo de grandeza. Que su rigor académico, su curiosidad intelectual y su compromiso social sean el motor que nos impulse con fuerza hacia nuestro bicentenario. La excelencia que hoy celebramos es el estándar que ustedes, como herederos de esta historia, están llamados no solo a defender, sino a superar.