La imprenta alteró el mundo, internet lo redefinió. Ahora, las redacciones reciben, primero con recelo y después con los brazos abiertos, a un nuevo y ambiguo integrante que promete la eficiencia que libera al periodista de buena parte del hacer instrumental y, a la vez, puede llevarlo, de manera peligrosa, al punto de ceder el control editorial y el criterio en pos de las metas que privilegian la cantidad sobre la calidad informativa que la sociedad necesita. ¿Cara o sello? La paradoja es que la moneda no deja de girar.
Es la primera capa de la cebolla: la asistencia de la inteligencia artificial (IA) en el día a día para la redacción rápida y correcta de piezas informativas. El corrector de estilo que falla menos (pero falla), es muy rápido y si es utilizado de manera adecuada, reduce el tiempo de elaboración de manera sustancial sin que se pierda la calidad informativa que seguirá dependiendo de los datos que se le suministren. La IA aún no sale a hacer reportería. Es en general obediente y la calidad de su ejecución depende de la calidad de la instrucción que se le dé.
Pero puede haber más: con la IA, la producción periodística trasciende la simple redacción de textos y emerge un gran potencial para la investigación, al analizar bases de datos masivas para desvelar patrones o mapear actividades en zonas remotas mediante el análisis de imágenes satelitales. También puede optimizar los flujos de trabajo con la automatización de transcripciones y asistencia en la verificación. Aquí la IA se convierte en una lente de aumento para el reportero, liberando tiempo para lo esencial: salir a la calle, contrastar fuentes, definir el enfoque y tomar decisiones editoriales.
Pensada desde la recepción, la IA permite personalizar la experiencia del lector con asistentes de lectura que resumen y contextualizan la información o motores de recomendación que adaptan el contenido a sus intereses. Sin encerrar en “burbujas”, puede mejorar la distribución y también construir una relación más profunda con la audiencia. El objetivo ya no es solo emitir un mensaje único para todos, sino entregar el contenido correcto, en el formato adecuado y en el momento preciso para cada persona, transformando el consumo de noticias en un diálogo.
Su eficacia, no obstante, puede generar un nivel de confianza que conduzca a la delegación del criterio y la jerarquización: justo lo indelegable en el periodismo. Un uso inadecuado lleva a la redacción sin alma, estándar y atada a patrones.
El compromiso del periodismo con la verdad es su médula y aquí la IA es una herramienta quebradiza: sus equivocaciones, la opacidad en su entrenamiento, sus sesgos y “alucinaciones” son fantasmas que en cualquier momento pueden distorsionar la realidad. Puede ser, en suma, imprecisa. Por ello, todo lo que genere exige revisión humana, minuciosa, crítica y experta. No es fuente ni autor.
Bienvenida es, pero requiere preparación y, como mínimo, un manual de estilo con modelos de indicaciones (“prompts”) probados y predefinidos de acuerdo con las políticas editoriales y estilo de cada medio de comunicación junto con procedimientos rigurosos de aplicación si se quiere preservar la integridad del periodismo. Usar la IA para que escriba noticias a toda velocidad, es solo la primera capa de la cebolla... que ya se sabe adónde va a parar.
*Profesor Asociado - Escuela de Transformación Digital
Universidad Tecnológica de Bolívar