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Columna

Gota a gota: la mafia detrás del crédito

Es hora de cortar el ciclo de la desesperación y devolverle al crédito su verdadero nombre, confianza.

Wilson Ruiz

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Colombia está desangrándose, pero no solo por la violencia que ya nos resulta cotidiana, sino por una forma silenciosa y despiadada de crimen, elgota a gota.Esa economía paralela que nació como un “favor” para los pobres y terminó convertida en un imperio del miedo. Esta semana, la captura en Tuluá de los cabecillas de “Los Duvalier”, buscados en 196 países por lavado de dinero y préstamos ilegales, es el reflejo de un país donde la pobreza se volvió rentable, y el desespero, un negocio redondo.

Elgota a gota es, quizás, la versión más cruel de la exclusión financiera. Miles de colombianos vendedores informales, tenderos, modistas, recicladores, taxistas recurren a estos préstamos porque el sistema bancario les da la espalda. Son los invisibles del país, los que no tienen codeudores, ni historial crediticio, ni una nómina que respalde su trabajo diario. A ellos les cobran el interés más alto del mundo, el de la desesperanza.

En Bogotá, el 26,5 % de los jefes de hogar se declaran pobres; en Tunjuelito, la cifra sube al 46,5 %. Y mientras las entidades financieras se llenan de protocolos, papeles y comités de riesgo, los prestamistas delgota a gota llegan con una sonrisa y un billete en la mano. Pero detrás de esa aparente “ayuda” se esconde un sistema criminal que extorsiona, amenaza y mata. La Defensoría del Pueblo ha advertido que estructuras como el Clan del Golfo, los Rastrojos y las Águilas Negras están detrás de muchos de estos negocios. No hablamos de usureros improvisados, sino de verdaderas mafias que han entendido que la miseria produce más que la cocaína.

Este negocio mueve cerca de 3.800 millones de pesos diarios. Y en esa maquinaria perversa, los colombianos más humildes son la materia prima. Se endeudan para sobrevivir y terminan pagando con miedo, con silencio, y en muchos casos, con la vida. En Bosa, una madre fue asesinada frente a sus dos hijos por retrasarse en el pago. Ese crimen fue una sentencia que lleva años repitiéndose en distintos rincones del país, cada vez que alguien se atreve a decir “no tengo con qué pagar”.

Elgota a gota también se digitalizó. Hoy las amenazas no llegan solo por la ventana o el portón, sino por WhatsApp, por aplicaciones fraudulentas y redes que se presentan como plataformas de “crédito rápido”. Extorsión virtual, robo de datos, acoso cibernético, los métodos cambian, pero la lógica es la misma. Es la esclavitud moderna en versión fintech.

Y el Estado, como casi siempre, llega tarde. Tarde para prevenir, tarde para proteger y tarde para ofrecer alternativas. Mientras tanto, las regiones arden, Cali, Medellín, Tuluá, Cúcuta, Cartagena. Todas golpeadas por esta práctica que combina la miseria con la ilegalidad y que avanza porque el Estado no ha sabido o no ha querido llenar los vacíos que deja la informalidad.

Hoy, Barranquilla está dando una lección al país. Su programaCredichévere, impulsado por el alcalde Alejandro Char, ha entregado más de 14.000 millones de pesos en microcréditos a 5.600 emprendedores que, de otro modo, habrían terminado en manos de los usureros. Y lo más esperanzador: el 70 % de los beneficiarios paga puntualmente. Cuando hay oportunidades reales, la gente responde. Cuando hay un Estado que acompaña, la ilegalidad pierde terreno.

Me niego a aceptar que los bancos sigan disfrazando el abuso de poder con la palabra “servicio financiero”. Hoy los bancos en Colombia no ayudan, exprimen. Cobran intereses altísimos —en promedio el 16,78 % anualen créditos de consumo, y hasta 25 %en algunos préstamos— mientras pagan a los ahorradores apenas un 7 % o 9 %. Ese margen enorme es el corazón de su negocio: ganar millones con la plata del ciudadano común. Sólo en 2024, el sistema bancario obtuvo más de 8,3 billones de pesos en utilidades, mientras miles de pequeños negocios quebraban por no acceder a crédito o por endeudarse con condiciones imposibles. Esa realidad no puede seguir siendo la norma. Por eso necesitamos una política nacional de crédito social: un fondo público que dé microcréditos con tasas humanas, sin codeudores ni trampas, que premie a quien cumple y no castigue al que intenta salir adelante. Es hora de que el dinero deje de servir solo a los bancos y empiece, de una vez por todas, a servirle a la gente.

Si queremos erradicar elgota a gota,tenemos que reemplazarlo con algo mejor. No con discursos ni capturas para la foto, sino con presencia real del Estado, con educación financiera en los colegios, con inclusión digital en los barrios, con acompañamiento a los que producen desde la esquina. Porque cuando el Estado abandona, los delincuentes administran.

Es hora de cortar el ciclo de la desesperación y devolverle al crédito su verdadero nombre, confianza. Solo así dejaremos de ser un país que sangra de a gota, para convertirnos en una nación que respira con dignidad.

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