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Columna

El liderazgo y su síndrome

“El poder prolongado actúa como un espejo deformado: refleja solo elogios, aplausos y resultados...”.

Mayra Rodríguez Osorio

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En las altas esferas del poder corporativo, el “síndrome de Hubris” suele encontrar terreno fértil. Ejecutivos y directivos, que llegaron a sus cargos por mérito, disciplina y visión, pueden caer en la trampa de creerse invulnerables. El poder prolongado actúa como un espejo deformado: refleja solo elogios, aplausos y resultados, ocultando las advertencias y las voces críticas. El riesgo es que lo que comenzó como confianza legítima termine convertido en soberbia, un exceso que desconecta al líder de su equipo y de la realidad misma.

El ejecutivo afectado por este síndrome comienza a ignorar consejos, a desestimar la experiencia de sus propios colaboradores y a concentrar las decisiones en torno a su visión personal. Poco a poco, la organización deja de ser un espacio de construcción colectiva para transformarse en un escenario donde se obedece más por temor que por convicción. Se genera una cultura del silencio, donde los empleados prefieren callar antes que cuestionar, y esa autocensura frena la innovación y asfixia al talento más valioso.

El Hubris corporativo no se limita a presidentes de multinacionales. También aparece en mandos medios que manejan presupuestos, coordinan áreas críticas o dirigen pequeños equipos. El denominador común es el mismo: una relación desequilibrada con el poder, en la que la humildad se pierde y el ego ocupa el centro. Cuando el liderazgo se convierte en soberbia, las jerarquías se convierten en murallas y el diálogo en monólogo.

Hoy el mercado premia a los ejecutivos que son capaces de combinar firmeza con humanidad. Aquellos que entienden que la vulnerabilidad no debilita, sino que fortalece. Que aceptar límites no resta autoridad, sino que la transforma en respeto auténtico. Que inspirar es más poderoso que imponer.

Superar el “síndrome Hubris” requiere valentía. Significa abandonar la coraza, abrir espacios de escucha y recordar que el cargo no convierte al gerente en un superhéroe, sino en un servidor con mayor responsabilidad. Significa entender que los procesos sostienen las cifras, pero las personas sostienen los procesos.

Pero el “síndrome de Hubris” no es inevitable. Existen antídotos que dependen más de la conciencia y la práctica que de la teoría. La humildad, como principio rector, la capacidad de rodearse de voces críticas y la disposición a rendir cuentas son herramientas poderosas para equilibrar la relación con el poder. Los ejecutivos que entienden que el liderazgo no es un pedestal sino un servicio logran que la autoridad se convierta en inspiración y no en imposición.

En definitiva, el verdadero desafío de los altos ejecutivos y directivos no es alcanzar la cima, sino permanecer en ella sin perder el equilibrio. El Hubris es una amenaza silenciosa que se infiltra en el éxito y lo transforma en debilidad. Reconocerlo a tiempo y contrarrestarlo con humildad, autocrítica y servicio no solo fortalece al líder, sino que asegura la sostenibilidad y la grandeza de la organización.

Los logros no se niegan, porque son siempre un esfuerzo colectivo. Antídoto: Liderazgo = Humildad.

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