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Columna

Los violistas

“No es casualidad que genios como Bach, Mozart, Beethoven o Britten eligiesen la viola, tocando desde las voces internas del grupo...”.

Francisco Lequerica

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Noble instrumento de ingrata reputación, largamente condenado al mero relleno orquestal, la viola es el hermano menor del violonchelo. Su tono, más grave, crudo y velado que el del popular violín, le ha asegurado un repertorio particularmente poético y reservado, en el que ha venido probando su sutil versatilidad y la riqueza de su aterciopelado timbre. No es casualidad que genios como Bach, Mozart, Beethoven o Britten eligiesen la viola, tocando desde las voces internas del grupo, donde se gesta la arquitectura en que se apoyan las grandes formas. Confieso que la viola me atrajo desde la adolescencia aunque, incapaz de sostener su peso bajo el mentón, preferí escribir para ella. Así nacieron obras como ‘Rapsodia sobre un tema de Mejía’ —estrenada en 2021 en la University of Southern Mississippi, por el violista colombiano Juan Camilo Peña-Herrera y la pianista brasileña Luciana Simões—, o ‘Diferencias sobre La Maya’, que varía esta distinguida gaita corrida con técnicas formales propias del barroco español.

Lejos de ser émulos del Zeus de las depravadas andanzas, los violistas son quienes sí consiguieron sostener tan singular instrumento bajo el mentón. En Cartagena, muchos de ellos son o han sido discípulos de la maestra Diana Gutiérrez, catedrática de viola del Conservatorio Adolfo Mejía de Unibac, quien ha cimentado una comunidad muy sólida. Con su impulso, logró crear el ViolaFest de Cartagena, conectándolo con esta importante red de violistas que se extiende a nivel internacional. Al celebrar su 2a edición este mes de octubre, cuenta con el apoyo de cada vez más entes, músicos y comunidades, notablemente Unibac, las fundaciones Colectivo Canta, San Lucas y Cakike, el Museo de Arte Moderno de Cartagena y el festival bogotano Interviolas. Ahondando en la pedagogía, este año la maestra Gutiérrez consiguió traer a Ingrid Zur —destacada violista y profesora en Frankfurt— para clases magistrales. También me encargó un repertorio pedagógico para ensamble de violas, con partes graduadas por dificultad, basado en nuestra música autóctona como principal material y herramienta referencial para la enseñanza profesional de este instrumento.

Arreglé para dicho ensamble dos de mis 16 ‘Zumaquianas’ (un bullerengue y una champeta jazz, elegidas por la maestra), que figuraban hace algunas semanas en este espacio para el cumpleaños de mi ilustrísimo e ilustrado tocayo. El martes pasado estrenaron una de las piezas en Unibac, y este sábado lo harán con la otra en Turbaco, con decenas de violistas de los semilleros periféricos. Hacer música tiene, de repente, más sentido. Preservando y difundiendo el patrimonio académico, enlazándolo con el folclor endémico, y creando con ello espacios culturales para jóvenes y menos jóvenes violistas, el ViolaFest ya impacta vidas.

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